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Foto: Alfredo Garófano
Por Pablo Scoufalos
Entrevisté a Rodrigo Fresán en el café de la librería La Central, en Barcelona. Hablamos sobre John Irving, Bob Dylan, géneros literarios, periodismo, crítica, rock y poesía. Dice que extraña “ser un lector puro sin los tics del especialista y del opinador”, se considera “un mal lector de poesía” y un privilegiado por ser contemporáneo de Dylan.
Han dicho que sos un escritor pop por mezclar géneros, estructuras narrativas y una escritura fragmentaria. También se ha dicho que con estas novelas largas que escribís, que querés hacer una “gran novela”, una novela decimonónica. ¿Se puede hacer una novela decimonónica sin una estructura lineal, mezclando géneros?
Bueno, está Tristram Shandy o Moby Dick, grandes novelas decimonónicas futuristas. Son excepciones, claro. De todas maneras, sobre lo que dicen de mí no puedo responder cabalmente. Cuando me puse a escribir mi último libro, La parte inventada, nunca me propuse escribir una novela de largo aliento decimonónico. Tampoco creo que el largo sea una virtud. Si bien Historia Argentina pueden ser relatos en perspectiva y -en relación a lo que vino después- “normalitos”, ya hay una especie de dinamitación de cierta estructura del relato clásico argentino. Lo que pudo tener de novedoso fue novedoso en Argentina pero no en el contexto de mis lecturas internacionales. “Para Esmé, con amor y sordidez” de Salinger ya tiene eso, Matadero Cinco de Vonnegut, la escritura de los beatniks, Moby Dick, el primer libro de Fitzgerald. Uno puede ensayar y practicar frente al espejo cientos de teorías para justificar y creer en su estilo propio pero finalmente es lo que te sale. Y lo que te sale es producto de lo que no te salió cuando quisiste que te saliera algo, y eso va decantando y se va convirtiendo en tu marca personal. Lo logrado está lleno de defectos, de frustraciones.
¿Lo que guía es el estilo o la trama?
Eso es algo que dice John Banville que me gusta mucho. Una vez le pregunté a él qué era más importante, si la trama y el estilo, y me dijo: “el estilo avanza dando zancadas triunfales y la trama va por detrás arrastrando los piecitos”. Yo le agregaría una cosa a eso: yo creo que el estilo podría dar media vuelta, acercarse a la trama, cogerla en sus brazos y llevarla. A esta altura de mi vida de escritor y lector, que es prácticamente lo mismo, si no veo en algo que voy a leer una cierta voluntad de estilo ya no me interesa. Ante libros con frases como “se puse de pie, fue hasta la puerta, abrió y salió”, prefiero ver una serie o una película.
¿Hay muchos libros así?
Yo creo que hay muchos libros meramente descriptivos. Cierta medularidad, despojamiento o cierta aspereza me parece que a veces son efectos buscados y lo respeto, pero otras veces sólo esconden la imposibilidad de una voz propia.
Sos un gran admirador de John Irving, leí varios artículos tuyos sobre él.
Somos amigos con Irving. Acabo de leer el manuscrito de su última novela. Muy buena, transcurre en México, se llama Avenida de los misterios y está muy bien como siempre.
¿Irving no podría ser un escritor decimonónico? Con un estilo descriptivo, romántico, con novelas como Última noche en Twisted River, que abarca 50 años de historia norteamericana.
Sí, pero justamente Última noche en Twisted River, que para mí es uno de los mejores de sus últimos libros, tiene un uso de la elipsis temporal muy moderno, que no lo encontrás en novelas decimonónicas clásicas. Irving tiene lo mejor de ambos mundos en ese sentido. Irving tiene tiempo y espacio para hacer lo que hace. Uno puede criticarle muchísimas cosas a Estados Unidos, incluso a la cultura norteamericana, pero también es cierto es que si sos escritor, te va relativamente bien y sos más o menos bueno, hay una cantidad de estructuras que te permiten encarar esos desafíos.
Ahora Irving está muy involucrado en escribir guiones, ¿no?
Sí, le encanta. Pero a él le fue pésimo hasta El mundo según Garp, su cuarta novela. Y las primeras tres son muy buenas. Pero había una estructura que, aún con tres fracasos a su espalda, pudo seguir probando. Eso es difícil conseguirlos en otros lugares, con libros que no son precisamente minimalistas nouvelles. Irving es un ejemplo para mí pero hacer lo que hace él te exige un talento que nunca voy a tener. A cierta gente le puede resultar más sofisticado o más novedoso lo que yo hago pero es producto de no poder hacer lo que hace Irving. Estructuralmente, todo lo que es la parte atomizada de mis libros viene de leer Matadero Cinco a muy tierna edad. A mí me encantaría escribir una novela que al final del capítulo 3 haya un tipo colgado de un acantilado y el capítulo 4 comenzara con el tipo en el acantilado y cómo se salva. No sé hacerlo. Me encantaría poder escribir Cumbres borrascosas, que es un libro bastante psicótico para ser una novela decimonónica, moderna y atípica. Me encantaría poder escribir El Gran Gatsby. Pero también por suerte lo escribieron otros, lo que me permitió disfrutar enormemente de ellos como lector y no tener todos los problemas que tuvieron ellos al escribirlo. Superado el primer impulso adolescente de cómo me gustaría escribir un libro así algún día, te queda la sabia madurez de poder disfrutarlo como lector.
¿Cómo fue dirigir la colección de literatura criminal de Random House? ¿Te llegaban buenos policiales?
Sí, de todo. Hammett, Chandler, ya estaban adjudicados y pagados con abundantes cheques por otros editoriales. Lo que me interesaba era publicar otras cosas como El poder del perro, a Gillian Flynn, o rescatar libros que me gustaban mucho como Confesiones verdaderas de John Gregory Dunne.
¿Escribís o lees poesía?
Leo muy poco, soy mal lector de poesía, lo que desconcierta a varios de mis lectores porque creen que soy un gran lector de poesía por cómo escribo. Pero leo poco y mal, sigue siendo un misterio sacro santo que es como “El Arca Perdida”, me da un poco de miedo. No entiendo muy bien los parámetros de la buena y la mala poesía. Tengo un sentido de la poesía muy primitivo que seguramente me viene de haber sido un gran consumidor de songwriters, donde para mí la poesía tiene que rimar. Es mi primera gran radiación poética fueron los discos de Serrat, de Miguel Hernández y de Antonio Machado. Después los Beatles, Pink Floyd, Bob Dylan, Ray Davis, Leonard Cohen. Soy bastante cerrado. Me gusta mucho un poeta que se llama Charles Simic, me gustó mucho Dylan Thomas, un poeta norteamericano que se llama Donald Justice, que lo menciona mucho John Irving en Hotel New Hampshire. Justice tiene ese poema que es muy lindo que dice algo así como “los hombres a los cuarenta años aprenden a cerrar suavemente las puertas que jamás van a volver a abrir”. Después de si me ponés frente a los cantos de Ezra Pound y a La tierra baldía de T.S Elliot, entiendo que hay una cierta monumentalidad pero no termino de entenderlo. Tengo una relación de respeto, cautela y distancia por defectos míos.
Hay un crítico y escritor español que se llama Luis Boullosa que dice sobre Bob Dylan: “Creo que Dylan provocó una revolución y un problema con su trilogía ácida: descubrió a todo el mundo que se podían escribir textos de alta complejidad y calidad literaria sin dejar de ser afilado, rebelde y divertido, sin dejar de ser Rock&Roll. El problema es que todos intentaron hacer lo mismo y se encontraron con que había que tener un talento especial para ello. No todo es acumular imágenes oníricas e incluir personajes raros”. ¿Coincidís con este diagnóstico? ¿Hay tanto dyliano dando vuelta? ¿O más beatlianos?
Yo creo que son cosas muy diferentes. Yo creo que si ponés letras de Bob Dylan contra los Beatles, gana Dylan por afano. Hay excepciones pero la concepción de las canciones de los Beatles es más popular y primitiva. Si bien Dylan es el primer primitivo, ha pegado la vuelta y ahora se parece muchísimo a esos músicos de 1890 o 1910 que el admirada de joven, cosa que habla de su grandeza. Muy poca gente consigue pegar la vuelta completa y convertirse en su propio pasado. Yo con Dylan ya no puedo ser muy objetivo, me considero privilegiado de haber coincido en tiempo y a veces espacio con él. Creo que nos van a envidiar mucho de aquí a 500 años. Como escritor tiene un escrito y un fraseo con el que me siento muy influenciado. Recuerdo muy claramente que cuando escuché la letra de “Visions of Johanna” y no podía creer que una canción fuera desenvolviéndose de ese modo. No me gusta tanto que la nueva edición de The Basement Tapes cueste 130 euros. Es un poquito exagerado, sé que tiene muchos divorcios y ex mujeres que mantener pero podría tener un poquito de piedad.
Dylan no puede creer que haya tanta biografía sobre él.
No leí todas las biografías pero leí varias. Y cuando sale una nueva es como que te cuenten una leyenda, ya sabés cómo sigue pero la historia no pierde. Recientemente salió una de dos volúmenes de Ian Bell, que está acá en La Central, que es la mejor biografía de Dylan que leí, muy portentosa e inteligente. Debe ser raro ver que hay tantas biografías tuyas pero no creo que Dylan esté muy pendiente de eso. Salió uno de los dylanólogos o dylanistas, donde el periodista entrevista a los 20 fans más famosos de Dylan y ellos cuentan su relación con él. Hay un capítulo que cuenta que Dylan los odia a todos estos, a esta gente de setenta años. Cuando sale a tocar no le gusta tener gente de setenta años, quiere que le pongan chicas lindas. Tiene un par de encargados para empujar a los viejos para atrás y poner chicas lindas en el frente. Le ponen nervioso, le deben recordar a él. El libro termina diciendo que en la última gira ha puesto espejos gigantes para que ellos se vean, para que vean lo horribles que son (risas). A Dylan además de reconocerle todo el talento que tiene hay que reconocerle esta zona gris donde vive.
¿Es como un Salinger?
No, es mejor que Salinger. Toca en directo todas las noches, cobra un millón de dólares por concierto y se vuelve a un lugar. O tal vez no vive en ningún lado, vive en el autobús todo el tiempo. Es un personaje increíble. Dylan, Leonardo de Vinci, Shakespeare y algún otro son artistas en sentido cósmico, integral. Para mí es interesante todo lo que hace Dylan, hasta lo horrible.
¿Bolaño era un artista integral?
Roberto era un escritor integral o íntegro. Cualquier escritor medianamente serio tiene a la literatura como una totalidad. No creo que sean un mérito eso, sino más bien un refugio, una necesidad y casi un reflejo automático para hacer algo tan absurdo y tan poco redituable como sentarte a escribir algo. No porque no te reconozcan, sino algo más profundo: porque nunca va a estar a la altura de tu primera expectativa imaginada de cómo tenía que ser eso. Lo ves claramente en tu cabeza y un segundo después tenés que ponerlo en el mundo físico y todo comienza a derrumbarse. Como El retrato de Dorian Gray, empieza a pudrirse todo.
En un artículo hablás sobre el virus beatliano en la música de tener que mutar todo el tiempo y en poco tiempo. ¿Se aplica también a la literatura?
Los Beatles fueron los que convirtieron en algo meritorio la idea de cambiar todo el tiempo.
En siete años se metamorfosearon como nadie…
Cambiaron las fotos, la música, todo. Y probablemente antes de ellos esto hubiera sido considerado sospechoso y, si no hubieran sido exitosos, hubieran dicho que estaban todo el tiempo probando cosas nuevas porque no eran buenos en nada. En la literatura es más raro. A mí me gusta los escritores que escriben siempre el mismo libro: Nabokov, Banville, Irving, Borges, Proust, Faulkner. Inquietudes contadas pero sísmicas, muy movilizantes. Aunque también me gustan escritores que cambian bastante como Calvino.
¿Vos no sentís que cambiás bastante o que querés cambiar como artista?
Yo ya no siento nada (risas).
Te tomás más tiempo que los Beatles pero ¿no ves grandes mutaciones de Historia Argentina a La parte inventada?
No, son parientes, pertenecen a la misma familia. En 2009 cuando salió una nueva versión de Historia Argentina, la leí de vuelta y estaba todo bien.
Si me preguntás a mí veo más influencia de Vonnegut que de Irving en tu escritura.
Probablemente pero Irving tiene el encanto del personaje freak, y eso también es Dickens. Pero sí, Vonnegut está más cercano. Irving me contó varias anécdotas con Vonnegut muy graciosas.
¿Alguna que te acuerdes?
Irving está obsesionado con que alguien se muera atragantado delante de él porque su abuelo se murió atragantado y su hijo casi se muere así en las rodillas de John Cheever. Si vas a comer con él tenés que masticar mucho. “Tenés que masticar más” me dice cuando salimos a comer. Se ocupó en aprender la maniobra de Heimlich.
El tipo hace lucha grecorromana. Mejor masticar bien la comida, ¿no?
Sí. Entonces, una vez Irving y Vonnegut fueron a comer afuera y este empieza a toser, como atragantándose. Vonnegut era muy alto e Irving es muy bajito. Entonces Irving le dice “Kurt, no te preocupes”, va corriendo, lo tira al suelo a Vonnegut y le hace la maniobra Heimlich en medio del restaurante. Vonnegut grita, la gente piensa que se están golpeando y llaman a la policía. Después Irving consigue explicar que se estaba atragantando, viene la ambulancia y mientras se lo van llevando a Vonnegut destrozado en la camilla, Irving escucha que un camillero le dice a otro: “tiene ocho costillas rotas”. Y Vonnegut lo llama a Irving y le dice: “¿no te dije varias veces que tengo enfisema pulmonar?”
¿Escribiste canciones con Calamaro?
Probablemente sí pero no escribí. Hubo sugerencias pero nunca me pondría en el lugar de escribir una canción con Calamaro.
¿Por qué? ¿No te gustaría escribir canciones?
No lo sé. Si es una pregunta que viene por el lado de si siempre quise ser un músico de rock, no.
¿Calamaro es el Dylan argentino?
No lo sé. Eso es un oxímoron. No hay un Shakespeare norteamericano o un Leonardo Da Vinci checoslovaco.
¿Lees a tus contemporáneos argentinos y españoles?
No quiero decir nombres pero los leo mucho.
¿Qué relación tenés con la crítica de cine y de música?
Bueno, mi primera trabajo con firma protagónica fue en la revista Pelo que tenía una columna que se llamaba El Cazador Oculto. Mi contacto con el mundo del rock argentino es con la revista Pelo, ahí lo conocí a Fito, a Charly, a Calamaro ya lo conocía. Me gustaría poder dejar de hacer la crítica en mi cabeza, después de muchos años de hacerlo vas a armando la nota por reflejo automático. Uno de las cosas que uno termina extrañando con los años es un lector puro, un auditor puro o un visor puro, no estar lastrado por los tics del especialista, del opinador.
La regla de oro es nunca terminar de definirse a uno mismo.
La medida que tengo de los grandes libros son los que te reducen a ser el lector que eras antes de ser escritor, si bien siempre quise ser escritor. Desde que tengo memoria. Pasé un período que me costaba leer, no me enganchaba con nada, me preocupé porque pensé que eran manifestaciones tempranas del Alzheimer, pero leí El Gran Gatsby y Lolita y dije: “ah, era esto”. Son libros que tienen una potencia intacta o mejorada cuando las relees.
Tenés un blog, Las cosas de la velocidad, pero nunca lo manejaste vos. ¿Por qué?
Es un blog que maneja mi editorial pero ya ni sale. Está parado. Publicaban las contratapas de Página12, de Rodríguez.
¿Qué pensás del crecimiento acelerado del periodismo digital?
Ya tengo varios problemas con el periodismo no digital para preocuparme por lo que vendrá. Me gustan que se hagan cosas así pero la escritura digital también tiene unas taras importantes: el anónimo, la usurpación del nombre. Tengo casos de usurpación en Twitter y los de Twitter me decían que les mande una fotocopia del DNI para corroborar mi identidad. ¿No sería más lógico que se los pidan a los usurpadores?
¿Qué decía el usurpador en su cuenta?
Taradeces. Si fuera un genio, lo dejo. Generalmente los usurpadores dejan bastante que desear. Hay una cosa que no me gusta de los blogs que cuando el administrador habla muy bien de un libro hay dos o tres comentarios, y cuando habla muy mal hay quinientos comentarios. No me gusta esa necesidad de ver sangre derramada. Y ejercer la crítica con seudónimo me parece una cosa bastante contradictoria. Podrían ser varias personas y no una que escribe. Pero no lo siento como mi problema, creo que es un problema de las generaciones venideras.
¿Tenés algún proyecto periodístico pendiente?
Mi gran proyecto periodístico sería dejar el periodismo (risas). Estuve toda la vida trabajando en el periodismo y lo sigo haciendo. También es cierto que fui una persona muy afortunada porque desde joven estuve en medios donde mis jefes supieron sacar partido de mi idiosincrasia, permitirlas y hasta cultivarlas. Fui a ruedas de prensa pero no se esperaba de mí una visión clínica de crónica periodística. Incluso lo que escribo de Rodríguez de Página12 es una forma de ser corresponsal que lo hace otro. Pensé que se me había agotado lo de ser corresponsal, y viviendo tantos años en España decidí inventarme un español, un español que no soy yo, que tiene dos hijos (yo tengo uno), que se lleva mal con su mujer (no me ocurre a mí), que es publicista (que no soy). Contar España desde una óptica esquizofrénica española, incluso Rodríguez a veces se cruza conmigo. “¿Por qué siempre me encuentro este escritor argentino?”, se pregunta.
Alan Pauls dice que siempre hay escritores en tus novelas. ¿Probaste no incluirlos?
Lo intenté pero aparecen siempre, aparece la idea del escritor. Desde que tengo memoria quise ser escritor. Nunca tuve una vocación tipo jugador de la selección, corredor de Formula1, presidente, Batman, nada de eso. Entonces evidentemente tengo una idea infantil, en el mejor sentido de la palabra, de escritor. Una idea muy romántica.
¿Y ser escritor no es una vocación?
Creo que está por encima de la vocación porque ni siquiera me pregunté qué quería ser, ni siquiera me formulé la pregunta. No había plan B. Que aparezcan escritores en mis libros es una expresión cuasireligiosa de dar las gracias. Cuando entro al banco pienso que el que me atiende nunca quiso ser bancario. Creo que soy un privilegiado, ser quien quería ser. No abunda eso, no es común.
¿De joven te fue fácil asumir, cuadrar tu futuro de escritor?
Me acuerdo a los cuatro años completamente impaciente porque ya leía un poco, decodificaba el logo de Coca-Cola. Quería llegar a la escuela para aprender a leer y a escribir. Y mis padres pertenecían a un ambiente muy intelectual de los años 60, mi madre estuvo casada varios años con Paco Porrúa, el editor de Cortázar y García Márquez. Mi padre hizo libros con textos de Borges y Cortázar. Me acuerdo que cuando salió Cien años de Soledad, García Márquez estaba en mi casa. Cuando dije que quería ser escritor nadie se puso a llorar. Mi padre venía del mundo de la publicidad y la publicidad era una forma de meterse a ser escritor. Pero entre la publicidad y el periodismo, elegí el periodismo porque me parecía más noble y más cercano a la literatura.
¿No incursionaste en la publicidad?
Trabajé ocho o nueve meses en una agencia publicitaria y era muy bueno en eso. Pero no me gustaba el ambiente, no me gustaban los escritores frustrados geniales que había ni los directores frustrados geniales que había. Publiqué una nota sobre esta época en una revista barcelonesa que se llama El Estado Mental, donde hablo de Fogwill y de mi padre fundamentalmente. A Caparrós le dije que tiene que hacer una historia oral de la publicidad argentina y que en lugar de Mad Men se llame “Locos lindos”. Pero no lo convenzo y creo que el proyecto lo va a hacer otro.