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Foto: Alberto R. Roldán
Por Pablo Scoufalos
Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor, periodista y crítico de rock. Actualmente, toca en la banda Gog y las hienas telepáticas y dirige el blog kaputmagazine.blogspot.com.ar.
Recientemente, publicó El puño y la letra, creación literaria y rock and roll underground a través de la editorial 66 RPM. Con una prosa romántica y precisa (una combinación muy seductora), escribe las conversaciones que tiene con los músicos y con él mismo, exige una renovación de los mitos, y demuestra su constante búsqueda por comprender y emocionarse con el rock.
- Te desconcierta y te fascina que se le preste cada vez menos atención a las letras de las canciones. ¿Te sucede con algún grupo de disfrutar su música y ser indiferente a lo que dicen? ¿Crees que el letrista debe trabajar con un lenguaje más prosaico y callejero para ser considerado un músico de rock?
No estoy seguro de que la gente sepa leer. Los veo en el metro con esos volúmenes enormes y creo que consumen algún tipo de anestésico codificado en palabras que no tiene nada que ver con lo que yo entiendo por literatura. La literatura hay que leerla, y leer es otra cosa. Y no es una cosa difícil, porque un niño puede hacerlo, pero hay que entender que implica curiosidad y un esfuerzo de comprensión que va mucho más allá del simple entretenimiento. Es una capacidad para dejar que ese ejercicio de conocimiento y comprensión te cambie la vida. Como he dicho, algunos niños ya lo tienen. Luego se suele perder o te lo extirpan. En el Rock&Roll pasa igual: como mero entretenimiento sería prescindible. Como música especialmente comunicativa y emotiva, como herramienta de indagación y como postura ideológica –lo cual no excluye la diversión, sino que la aumenta- es muy interesante. Y como literatura. El Rock&Roll es una de las ramas de la literatura. Yo sostengo eso.
Disfruto de la música de muchas bandas sin preocuparme de las letras porque ellas tampoco se preocupan demasiado del asunto. Está bien así. Sin embargo, si hay un mensaje trabajado en la canción, creo que lo lógico es ver qué dice. Hay grandes letristas en el Rock&Roll, gente que hace literatura de primera línea. En mi libro hablo de algunos de ellos. En España la atención que se les presta es muy pobre.
Creo que Dylan provocó una revolución y un problema con su trilogía ácida: descubrió a todo el mundo que se podían escribir textos de alta complejidad y calidad literaria sin dejar de ser afilado, rebelde y divertido, sin dejar de ser Rock&Roll. El problema es que todos intentaron hacer lo mismo y se encontraron con que había que tener un talento especial para ello. No todo es acumular imágenes oníricas e incluir personajes raros. Por un lado abrió una puerta, por otro provocó una riada de letristas y pseudo artistas infumables. Pero claro, el que descubre el fuego no tiene la culpa de que sus imitadores en lugar de usarlo para hacer asados decidan quemarse a lo bonzo. Hay ejemplos claros de esa manía, de esa fiebre, algunos incluso dignos: Eliott Murphy, por ejemplo, o el primerísimo Springsteen, que tenía un tono “literario” muy dylaniano, pero en pobre. Es lo de siempre: en lugar de entender “haz lo que quieras” la gente entiende “haz como yo”, y acaba en desastre. Con el punk pasó lo mismo, de manera global.
El letrista de Rock, creo, puede hacer lo que le dé la gana, pero incluso en sus momentos más excelsos no debe perder el ritmo de la calle, porque el Rock&Roll nace de la calle y del pueblo. Dylan mantenía ese aliento porque era cínico, burlón y desmitificador. Era muy punk ya antes que el punk. Pero es difícil. Pondré dos ejemplos españoles que lo tienen. Rafael Berrio, que me fascina, es un letrista refinado y literario, aparentemente alejado de la iconografía rock al uso, y sin embargo funciona, porque habla de los temas eternos de una manera muy belicosa, hurgando en la herida, y tiene una sorna subyacente que conecta con lo que el Rock&Roll plantea. Fernando Alfaro, que es otro grandísimo escritor de canciones, sólo funciona, sin embargo, de vez en cuando, porque a veces se pierde en las alturas, en las estrellas, en lo evanescente. En cambio, cuando consigue la mezcla justa es demoledor: siempre recuerdo un tema suyo en el que decía “Bienaventurados los sucios de corazón/echando cinco duros verán a Dios”. Esa capacidad para juntar lo divino y lo humano en la misma frase y hacerlo explotar es del Rock&Roll y la magnificó Dylan, el Dylan de “Highway 61”. Siempre me impresionó como empezaba ese tema: “Dios le dijo a Abraham/’sacrifícame un hijo’/Abe dijo ‘tío, debes estar de broma/Dios dijo ‘no’/Abraham dijo ‘¿qué?’/Dios dijo ‘puedes hacer lo que quieras, pero la próxima vez que me veas venir será mejor que corras’/Abe dijo ‘¿dónde quieres que se haga el sacrificio?’/Dios dijo: ‘abajo, en la autopista 61’”.
Hay que tomar la libertad y usarla con personalidad, eso es todo. Los grandes lo saben y lo hacen. Otros lo saben y no son capaces. La mayoría no lo saben.
- En el libro decís que el artista es disidente o su arte muere, que de alguna manera la distancia entre el estado y artista-intelectual es violenta y necesaria. ¿Qué concepción política hay detrás de este pensamiento? ¿Qué cambios trajo la crisis en la vida cultural española?
Creo que la mayor parte de artistas desearían que el mundo se fuera al carajo para empezar otro. Por supuesto no tienen ni idea de cómo empezar otro pero comparto su deseo de que se vaya al carajo. Creo que hay un punto antisocial en el artista pero que en cierto modo su oficio ayuda a que se resocialice y no vaya por ahí pegando tiros. Veo el arte como una tercera vía entre la ascesis y el terrorismo. Una manera útil y menos dolorosa, más positiva de aunar esas dos pulsiones que subyacen en numerosas almas sensibles y decir “sí” en lugar de decir “no”. O al menos transformar el necesario “no” con el que, como decía Camus, nace la rebeldía, en un elemento de construcción, en un elemento positivo.
Desde el momento en que el artista siempre se construye a partir de una sensibilidad exacerbada, esa sensibilidad le permite apreciar con más viveza la belleza del mundo y su fealdad. Es decir, es más sensible a las contradicciones, los absurdos y las injusticias de la misma manera que es más sensible a sus opuestos. A partir de ahí, le es imposible estar de acuerdo con ningún establishment. El grado de desacuerdo puede ser variable, pero un acuerdo total con el sistema te desacredita como artista, en mi opinión. Y creo que la idea de que el arte es la búsqueda de la belleza es una falacia burguesa usada para controlarnos. Creo que lo que el artista busca es la verdad. La belleza y la diversión son consecuencias de esa búsqueda que nos indican que vamos por el buen camino. No me refiero a una verdad absoluta, por supuesto, sino personal. No somos curas, gracias a Dios.
Ahora en España hay crisis y nos parece que hace diez o veinte años todo iba bien, y eso es totalmente incierto. Creo que la vida cultural española ya estaba en una crisis profunda. Yo no recuerdo una época en que no lo estuviera. Así que se sigue igual, intentando sobrevivir, y haciendo muchas cosas por amor al arte. Creo que la vida cultural española es principalmente subterránea, y que toda la superficie no vale gran cosa. Las universidades, por lo general, son unos pudrideros. La música y la literatura mainstream carecen de interés casi siempre. Ni siquiera son arte, en la mayor parte de los casos, sino una especie de cosa prefabricada para consumo de sectores concretos de niños autocomplacientes. No hay una cultura crítica. O yo no la veo. Sin embargo, unas capas por debajo, se encuentran muchas cosas interesantes. Hay un cierto renacer del tejido asociativo y, en definitiva, los artistas demuestran que son gente difícil de rendir. Al fin y al cabo, si vendes televisores y no hay negocio, cambias de ramo, pero si eres artista no hay otra vía, te tienes que joder. Es la suerte y la desgracia del gremio.
En cuanto a los gobernantes, de cualquier signo, siempre se han preocupado porque la gente tenga fútbol y carezca de cultura. Eso es todo. La palabra intelectual es un insulto en este país. Aunque, por otro lado, observando a parte de nuestros intelectuales, no me extraña nada.
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- En el libro señalás que la comparación es una muestra cabal de la incapacidad del crítico. ¿Qué otras limitaciones o lugares comunes encontrás en la crítica literaria y musical actual? ¿Qué críticos contemporáneos rescatás o lees con asiduidad?
“Suena a esto mezclado con lo otro…”.Todos hemos hecho eso alguna vez. Todos tenemos muchas limitaciones. Los buenos las pulen y los malos las exhiben. Hacer una buena reseña de un disco, por ejemplo, es una disciplina relativamente compleja: tienes que atenerte a un espacio muy corto, contar con palabras sentimientos y mensajes que son en parte música, y por tanto difícilmente explicables excepto por aquello que evocan, no ser demasiado sesudo para quien no sabe y no ser demasiado simple para quien conoce. Mucho trabajo para algo que ni siquiera se paga, así que en su mayor parte las reseñas son simples panegíricos mal escritos. En los raros casos en que son realmente buenas creo que tienen valor casi como pieza literaria en sí. Quizá ese sea el poco sentido que les queda, en un momento histórico en el que cualquiera puede descargarse el disco o escucharlo en bandcamp y juzgar por sí mismo. El desconocimiento del idioma inglés cuando se habla de rock anglo también es un lastre evidente y muy presente en España, un país en el que hay un problema grave con los idiomas. Yo no entiendo a alguien que lleva cuarenta años consumiendo rock en inglés y escribiendo sobre ello y no pasa del “my name is…”. La falta de formación musical básica es otro lastre. Se puede ser un gran periodista rock sin saber tocar una nota, pero cierta familiaridad con la música en su aspecto práctico e incluso teórico es saludable. También hace falta vivir la música. La experiencia vital. Un señor católico practicante y abstemio con tres hijos, una hipoteca y un trabajo en un banco no me va a contar nada del Rock&Roll por mucho que quiera y que tenga una colección de 20.000 discos. Quizá pueda escribir excelentes novelas sobre el aburrimiento y ganar el Nobel, eso no lo dudo.
Dicho esto, hay muchas visiones de lo que es el Rock&Roll. Yo me crié musicalmente con el punk y la música independiente americana de finales de los ochenta y principios de los noventa, y no puedo dejar de contemplar que el asunto tiene un lado ético inevitable, como toda rebeldía. Hay quien piensa que es sólo para divertirse sin cerebro, que es sólo “es sábado noche, vamos a bailar”, pero incluso si analizas sus orígenes, se trataba de una diversión a la contra, de una diversión explosiva que denunciaba una alienación subyacente, una opresión, fuera laboral, sexual, racial o de otros tipos.
- Escribís sobre cierta necesidad de renovar los mitos del rock. ¿Crees que el rock vive una “retromanía” en términos de Simon Reynolds? ¿Ves una sociedad obsesionada con su pasado inmediato?
He leído parte de “Retromanía”. Me aburrió bastante y lo dejé, aunque coincidía con la idea general. Creo que en el momento en que cualquier disciplina artística se convierte en una retromanía, por usar el término, muere. Igual que creo que dedicarse a replicar catedrales románicas no es arquitectura. Los archiveros y los copistas son una cosa y los artistas otra. Por eso odio las bandas de versiones, las bandas de tributo. El pasado es necesario, rico y asombroso, pero a condición de ser aplicado al presente y de servir de combustible para este, no como nostalgia empaquetable y vendible. Todos los que amamos la música hemos investigado en el pasado. Entendido como parte del presente, me apasiona el pasado, pero actualmente se usa como un arma de marketing brutal. La nostalgia en serie es la enfermedad de la época. Una de ellas, al menos.
No me gustan los coleccionistas ni los copistas, aunque admiro a quien sabe utilizar la tradición y seguir alimentándola, porque el arte no deja de ser, como decía Virginia Woolf, un trabajo común, y esa ola en mutación, que recorre las épocas, es lo más interesante, quizá, si lo observamos con perspectiva. El manierismo es prescindible. Lo kitsch, según lo definía Kundera, es repugnante. Y es difícil pasear por el Rock&Roll sin caer en lo manierista y lo kitsch, porque se alimenta mucho de iconos y clichés, no siempre de manera inteligente. Te descuidas y eres Mötley Crüe (con suerte) o su equivalente en una ciudad de provincias española (con pésima suerte).
- Afirmás que actualmente en España la música es social o es personal, se es lírico o se es militante. ¿Por qué crees que es así? ¿Pensás que es una característica de la música europea?
No, los ingleses han sido capaces de aunar lo social y lo personal de manera muy brillante. Pienso en Julian Cope, en Joy Division, en muchas bandas de punk, pero también de pop, como The Housemartins o The Smiths en su momento. O en Billy Bragg. Hay muchos ejemplos. Si escuchas cosas como “Irish Blood, English Heart” de Morrisey, te guste o no el mensaje, se ve muy claro: gancho pop, perspectiva personal y crítica social, todo en uno. No sé en el resto de Europa. En España rara vez hemos conseguido aunar ambas vertientes. Tendemos a ser panfletarios o “románticos”. Roberto Iniesta, de Extremoduro, lo consiguió. Él decía “hago canciones de amor y guerra”, y era cierto. Independientemente de que sus maneras musicales eran relativamente toscas y estereotipadas al principio, me sigue pareciendo uno de los últimos grandes mitos por derecho del rock español. Ahora, con la crisis, parece que hay un intento de retorno a lo social por parte de algunas bandas que nunca lo tocaron, y suena impostado. Ahora es “cool” cagarse en el presidente, como si hubieran faltado razones alguna vez para cagarse en cualquier presidente. Hace quince años tocar lo social era “anti-cool”, al menos entre la escena independiente. Quizá nos cuesta hablar de lo que sucede porque lo que sucede siempre es muy feo y es difícil de tratar. Es una tara que no hemos superado. Las alambicadas traducciones de Shakespeare que leía mi padre hace muchos años ya mostraban eso: la manía por la “grandeza” que se asociaba a lo artístico, aún a costa de traicionar al original. La confusión de la grandeza real con las palabras ampulosas.
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- En el libro se trata mucho el tema de la inspiración, la canalización y los métodos de escritura de los músicos. ¿Tenés una musa etérea? ¿Cuál es tu método a la hora de leer, escribir, componer?
Siempre digo que un poema se escribe en cinco minutos y en los veinte o treinta años que llevas escribiendo. Hay momentos de claridad, desde luego, pero necesitan que la tierra esté abonada con años de trabajo. Por eso se escribe mejor cada vez. Aprendes no sólo una cierta técnica que es sólo tuya, sino también una manera de posicionarte para que la cosa fluya de manera natural. Sigue sin resultarme fácil. Por ejemplo, escribo mejor en momentos de cierto agotamiento, las ideas fluyen más libres, pero claro, en esos momentos el lapso de trabajo posible es muy corto. Como en todas las artesanías, hay una parte de intendencia, otra de orfebrería, otra de estructura y una de idea que lo rige todo. El problema es que el escritor tiene que hacer todos los papeles y suele volverse un poco loco después de un tiempo. Esa es la gracia, supongo. Creo en el trabajo, lo cual es una putada. Preferiría esperar a la musa tomando dry martinis y dictárselo todo a una secretaria cuando apareciese. La vida es buena pero no es nada justa, decía Lou Reed.
En cuanto a leer, lo considero todo material de trabajo. De cualquier libro se pueden sacar ideas buenas, y cuando uno está centrado en escribir algo, a veces parece que cualquier libro que escoja termina refiriéndose al asunto. Es un fenómeno muy curioso. Soy un lector fragmentario, irregular y caprichoso, instintivo. Tengo muchas lagunas. Intento aprender a relacionar. La relación entre disciplinas es clave y se le da poca importancia.
Y en cuanto a lo de componer, suelo tener un par de estrofas que se me han ocurrido, invento una línea de bajo en la que encajen y a partir de ahí desarrollo y confío en que el resto de la banda aporte lo que falta y entienda la energía particular de ese tema. De todas formas, es punk, no hay que romperse mucho la cabeza para hacerlo, aunque creo que pocos pueden hacerlo realmente bien. A veces ves a músicos muy técnicos acercándose al punk y te das cuenta de que, sobrándoles oficio, les falta algo. Quizá sean todas las horas en las calles que no tuvieron porque estaban estudiando, no sé. La técnica y el corazón no suelen ir de la mano, aunque cuando alguien tiene ambas es algo tremendo. En todo caso, Johnny Thunders no podía hacer lo que hacía Beethoven, pero lo cierto es que Beethoven tampoco hubiese podido hacer lo de Johnny Thunders. Creo que el estilo, la actitud e incluso la estética tienen una importancia determinante en el Rock&Roll. Creo que una ética necesita una estética (o varias, o una negación de la estética, al menos, que ya es una estética) y el Rock&Roll, en el fondo, es una reacción ante determinadas imposiciones, y por tanto, una ética, por rudimentaria que sea en ocasiones.
- Elegiste abordar diez grupos under de habla inglesa. ¿Ya tienes la lista de grandes letristas hispanohablantes? ¿Cuáles son tus músicos o grupos mainstream preferidos? ¿Quién de ellos tiene las letras más cojonudas?
Quiero hacer un libro sobre letristas hispanohablantes, que no será igual, porque no quiero hacer una segunda parte ni nada parecido… Sin embargo he de reconocer mi ignorancia sobre la música actual en español fuera de España. Es una laguna que no dice nada bueno de mí. Hay una barrera cultural y España e Hispanoamérica se han dado la espalda siempre, en cierto sentido, y supongo que yo soy parte de ese error. No sé apenas nada de música argentina underground actual, por ejemplo. Es algo que debería solucionar.
En cuanto al “mainstream” aquí, no tiene ahora mismo el más mínimo interés para mí. Los que van de rockeros en ese ambiente son ejemplos de algo que es cualquier cosa menos rock. Hay poca gente digna, y la que hay es tibia. No hay rabia, no hay nervio.
Yo digo siempre que mi libro no es un canon de los “diez mejores” ni nada parecido. Aborrezco las listas y nunca las hago. La elección la hice como ejemplo, asumiendo que cada uno elegiría a otros diez pero que los míos valían para sostener la tesis y aportar puntos de vista variados. Si tuviera que elegir ahora a unos cuantos letristas españoles que me motiven y me parezcan clave, ahí estarían Rafael Berrio, Javier Colis, Fernando Alfaro, Jorge Ilegal, Josele de los Enemigos, Corcobado, Roberto Iniesta, Jota de Los Planetas, quizá Manolo García, aunque su música no me diga gran cosa, por la capacidad que tuvo de definir al país y conectar con la gente de base sin perder estilo; quizá Joe Crepúsculo, porque su sarcasmo me hace gracia y define a una generación, Pablo Cobollo, Rosendo, por su persistencia y lo que significó hace años… y sin duda alguna Albert Pla. Albert Pla me parece una rara avis, un letrista descomunal y un personaje a reivindicar. Me interesa también alguna gente que no canta necesariamente en español pero ha llevado a cabo una reivindicación de los mitos autóctonos, como los sevillanos Orthodox, o Pylar. Hay cosas moviéndose, bastantes… por desgracia uno no puede estar en todo. O quizá sea una suerte. Tendremos que aprender a sintetizar.