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Una novela de amor

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Lamberti

Por Pablo Scoufalos

La primera novela de Luciano Lamberti se llama Los campos magnéticos y se publicó primero en Sofía Cartonera de Córdoba y ahora esta disponible para descargar de forma gratuita gracias a Chinaeditora.com.arLos campos magnéticos cuenta los vaivenes sentimentales de un grupo de treintañeros en donde la terapia, las pastillas, el porro y las aventuras amorosas se enfrentan al vacío de la vida mundana y a la economía de recursos del autor.

Los campos magnéticos está escrito en tercera persona y en un tono realista de una verosimilitud aplastante, con personajes que casi no tienen momentos de introspección. Al no jugar con la primera persona ni con ribetes fantásticos, Lamberti se vuelve menos histriónico y la historia se hace compacta. Los personajes discurren entre la amoralidad y la nostalgia mientras el autor ordena el relato a partir del personaje de Sofía y su miedo a caer en un fondo negro –o en un remolino-, a ser aburrida, a perder el control. La hippie sexy, el romántico, el revolucionario aburguesado, todos los otros personajes se tiñen de este fondo. A través de una mirada retrospectiva de sus vidas, la historia se rinde ante este magnetismo nihilista demostrando que el tiempo corroe cualquier ideal.

Lamberti cuenta una historia repleta de acciones y uno no puede sino dejarse llevar. Tal vez nos dejemos llevar por la idea de que las acciones determinan a los personajes (y a las personas), tal vez porque el relato fluye través de historias que se cruzan y un humor ligero que las sobrevuela y no se olvida.

Los Campos Magnéticos es tu primera novela y tiene sólo 45 páginas. ¿Es un síntoma borgeano? ¿Escribís relatos breves para vigilar al máximo tu texto, para que te sea más fácil la reescritura?

Es un síntoma de una de mis tantas incapacidades, más que de algo deliberado. Creo que un gran alivio para el escritor es llegar a la conclusión de que no se puede tener el control absoluto sobre nada, obsesión que viene un poco con la disciplina y con mi signo (virgo). Esto no quiere decir que estoy a favor de la pereza o de la falta de corrección, sino que creo que la perfección no es posible y me relajo.

En Los Campos Magnéticos no abandonas el clima realista pero sí dejas de lado el género fantástico y la ciencia ficción que se entremezclan en tus anteriores obras. Y quiérase o no, incursionaste en un nuevo género: la novela. ¿Qué provocó todo este cambio? ¿Qué mensaje le querés dar al lector con este giro?

En realidad “Los campos magnéticos” es algo que escribí hace ya muchos años y que saqué a la luz a pedido de la Sofía Cartonera (la cartonera cordobesa). Es un poco una fotografía generacional, de adolescentes grandes que comienzan a temerle a ese centro oscuro al que todos vamos, que en la novela se describe como “El remolino”. No quiero darle ningún mensaje al lector, no soy quien para dar un mensaje, la mayoría de las devoluciones que recibo de lo que escribo me demuestra que cualquiera lo interpreta mejor que yo. Lo mío es contar historias, como puedo, con los elementos que tengo.

Actualmente coordinás un taller de literatura con Agustín Privitera en el Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba. Contame un poco lo que hacen ahí. ¿Cómo influye esta experiencia en tu escritura?

Hace poco más de un año que coordino el taller, junto a Privitera que es psiquiatra y amigo. Lo que hacemos es generar un espacio de trabajo, consideramos que hacer cualquier cosa es ya de por sí terapéutico y no hay que agregarle ningún plus. Para ambos es un placer escuchar las historias de la gente del taller, las relaciones a veces inéditas que realizan en el momento. Como dice Privitera, “ellos viven en lo real”.

Leí en una entrevista que dijiste que juntarse mucho con escritores es perjudicial para tu salud mental. ¿Se puede trascender la escritura para escritores?

Todo el mundo escribe, así que siempre la escritura es para escritores. Los escritores para escritores suelen escribir sobre escritores, valga la redundancia, o ser muy complejos, muy experimentales, etcétera. Para leer lo que escribo no se necesita ningún conocimiento previo, sólo hacen faltan ganas de dejarse llevar por una historia.



Sadomayo

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Sadomayo

Hace un mes, Ana, la amiga de mi novia, nos invitó a un evento sadomasoquista. Nos dijo que a ella le picó el bichito después de leer Cincuenta sombras de Grey. “Arrancamos hace ya casi un año y ahora ya es un estilo de vida para nosotros”, nos dice Ana mientras Noel, el marido, le da un pequeña nalgada en la cocina de su casa.

“Sadomayo. Te invitamos a pasar una noche caliente a puro fetiche”, decía la parte de atrás de la invitación. Lugar: Deviant Club. Hipólito Irigoyen y Saavedra, pleno Congreso. Sofi tardó un par de horas en vestirse; esta vez estuve más comprensivo. Cuando llegamos nos pidieron la contraseña. La entrada costaba 80 pesos y no se podía tomar más de dos consumisiones “porque la sensibilidad a los golpes puede empezar a fallar”. No se quería sangre, desmayos o muerte por asfixia. Nos dieron una credencial con nuestros nicknames y entramos.

Ni bien entramos vimos a Ana y Noel con toda su banda. Ella estaba bondage, acordonada y con las tetas al aire. Él estaba como yo, de pantalón y remera negra. Había un símil Juan Luis Guerra con una gordísima, un flacucho con colmillos postizos acompañado de otro tanquecito, un solitario con una bandana de los Guns, más gordas. Eso era el primer piso, un bar cualquiera con banquetas, sillones negros y piso de losa.

Abajo se sesionaba. En el guardarropa dejamos abrigos, cartera, nos liberamos las manos como quien se dispone a absorber algo con todos sus sentidos, en plenitud. Primero hice un paneo. Era un cuarto de apenas 50 metros cuadrados, techos bajos y dicroicas dispersas. Lo primero que vi fue una mina acostada boca arriba usando la fuck-machine y una mina haciendo un pete en vivo. Curiosamente, a mi lado había gente flaca que hacía cola para las cruces de San Andrés. En la Cruz de San Andrés, los sumisos son atados de pies y manos, y los dominantes hacen lo suyo. Me quedé mirando como una morochita azotaba fiero a un petiso que estaba de espaldas. Cuando se dio vuelta el petiso vi lo que se conoce como micro-pene. “¡Y eso que está parada!”, gritó uno y varios se rieron. El clima era amistoso, me sentí un poco decepcionado.

Luego vimos como Noel la azotaba a Ana con un flogger. El flogger necesita cierta práctica, es como una pequeña escoba con unas cintas de cuero en las terminaciones. Los amigos de Ana y Noel nos contaban cosas, nos explicaban, nos dieron mucha información. Nosotros queríamos ver si todo esto nos provocaba algo. Noel le pegaba a Ana, ella gozaba con alaridos contenidos; él le frotaba el culo con el flogger y le decía cosas al oído. Se movía con soltura y seguridad, no se sentía inhibido por ser más bajito que ella. Con Sofi nos mirábamos: ¿dónde estaban Kubrick, Tom Cruise y Nicole Kidman?

Luego vino el momento de los “vainillas”. Esos éramos nosotros, los virgos del lugar. Nos dieron una bolsa con látigos, azotes y floggers. Todo muy higiénico. Primero agarré una fusta, empujé a Sofi contra la pared. Ella apoyó las manos sobre la pared como esposada y sacó la cola. Se metió bastante rápido en el personaje, pensé. Me puse a cierta distancia y miré a mi alrededor. A todos se los veía entretenidos. Pegué una, dos, tres veces. Entre cada golpe le preguntaba a Sofi si se la bancaba y trataba de hacer algún chiste pero no me salía. El cuarto golpe lo erré y se lo pegué en la espalda. Ahí sí duele.

Subimos nuevamente y en la barra nos quedamos hablando con el chabón de la bandana, treinta años y director de la radio Mazmorra. Nos explico que todas se lo querían coger a Noel porque “es el que la tiene más grande en la comunidad”. Le contamos que estuvimos escuchando la radio y ahí arrancó a contarnos sobre sus ideas y proyectos, nos enumeró los programas que estaban al aire (“Dos caballeros desviados”, “Military Mode”, “Drag me to hell”, “Tiempo de azotes”), nos contó que estaba escribiendo radioteatro y que él mismo hacía las voces de todos los separadores. Ahí nos contó que cuando era playero en una estación de San Isidro, Fernando Peña pasaba con su auto y le decía “¿No me vas a llenar el tanque, puto?” y se iba. Aclaró que no le gustaba el periodismo no especializado. “Hace un año fui al programa de Andy (Kusnetzoff). Fui al pedo, obviamente. Las preguntas eran malísimas y Andy definitivamente es un oligofrénico”. Me cayó bien “Bandana”.

Cuando nos estábamos por ir, nos presentaron al dueño del bar, un hombre grandote con barba tupida y campera de cuero. Nos dijo que muchos miembros de Mazmorra nunca van a los eventos, no muestran la cara. Todo queda en el chat, los foros y el mundo virtual. “Que hayan venido ya es señal de que hay algo que les gusta. Van a volver, créanme”, dijo el dueño con una sonrisa.


Reptar por el Purgatorio

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Decir que a una película le sobran minutos es usualmente un recurso torpe del crítico o, simplemente, una ausencia de recursos críticos. Pero si se trata de una trilogía dantesca sobre la posmodernidad filmada sin diálogos y en slow motion, el tiempo se convierte en un factor de análisis relevante. El crítico se permite preguntar: ¿Por qué el Cielo dura más que el Purgatorio? ¿Cuánto duran las sonrisas andróginas en el Infierno?¿En qué momento termina esto?

Con el título The Liminal Space Trilogy, un grupo de artistas rusos conocidos como AES+F (sigla compuesta por la primera letra del apellido de sus miembros) presentó durante mayo y junio en el Faena Arts Center de Puerto Madero la trilogía de videos realizados entre 2007 y 2011, que sólo había sido exhibida de manera completa en Moscú y Berlín. Compuesta por Last Riot (19’ 25”), The Feast of Trimalchio (69´ 20”) y Allegoría Sacra (39´ 39”), la obra recrea el Infierno, el Paraíso y el Purgatorio con la intención de iluminar las incongruencias de la modernidad y la paradoja de la convivencia entre la indiferencia y la devoción, lo real y lo virtual, la tradición y la ruptura.

Completar el tándem Infierno-Cielo-Purgatorio -a diferencia de La Divina Comedia, que comienza con Infierno y finaliza con Cielo- llevó cerca de cinco años de maratónicas filmaciones con más de 100 actores en escena -un logrado casting multiétnico- y un trabajo de posproducción muy grande con la intervención de más de 100.000 imágenes digitales, que luego se proyectarían en tres pantallas gigantes con las obras de Mozart, Beethoven, Chopin, Pavel Karmanov y Ryoji Ikeda como única textura sonora.

La curadora de la muestra, Sonia Becce, cuenta que conoció a AES+F en la Bienal de Venecia de 2007, cuando presentaron Last Riot. “El pabellón ruso siempre es halagado pero ese año, con Ilya Kabajov y AES+F, explotó. La verdad, me quedé sorprendidísima con la narrativa visual de Last Riot, sobre todo por la forma de combinar elementos del arte barroco con paisajes sacados de los videojuegos”, cuenta Becce. El Infierno muestra un mundo apocalíptico de paranoia mediática y radicalización religiosa a través de una sucesión de imágenes de un realismo exultante y efectista,  donde lo sobrenatural se filtra en lo cotidiano, como una pintura de Caravaggio. Adolescentes andróginos de miradas perdidas y sonrisas que se alargan inexplicablemente, hermosos hombres y mujeres de todos los colores se inclinan, se aproximan sin tocarse, ejercen violencia entre ellos sin consecuencias aparentes, confundiéndose los roles de víctima y victimario.

“La gente del Faena me preguntó qué tenía para presentarles. Cuando les presenté la Trilogía, les encantó. De hecho, les pedí que alfombraran el piso de mármol blanco para no quitarle luz a la imagen, y lo hicieron inmediatamente”, cuenta la curadora.

Cada parte de la Trilogía se proyecta en continuado. No hace falta verlas desde el principio, casi podría decirse que la historia no importa. Los personajes del Paraíso están empeñados en detener el paso del tiempo y llegan a una isla para dar comienzo a una fiesta prolongada de placeres edulcorados. Allí los espera un personal de servicio con los que intercambian roles y cumplen fantasías. El Paraíso es la celebración del fin de la ideología, y por ende, de la Historia (y de las historias).

El escenario más interesante de los tres siempre es el Purgatorio. ¿Será porque es el lugar donde todos estamos, un lugar de transición y espera, donde la moral aún entra en conflicto, donde el suicidio es posible? En el caso del Purgatorio que plantea AES+F no hay nada de eso, excepto la espera de las personas en un aeropuerto. Pero también es el lugar donde se vislumbra el germen de un dilema más profundo que subyace en la Trilogía y que le da cierre. Estoy hablando de la aparición de un bebé con cola de reptil, la prevalencia del “hombre-reptiliano” como el triunfo del cerebro primitivo, origen de los impulsos animales que nos sitúa en el puro presente. De esta manera, la Trilogía plantea dos visiones contrapuestas: la idea de un hombre nuevo y plural, que intercambia roles y está escindido de la racionalidad central de la Historia, y la prevalencia del hombre reptiliano, cada vez más desconectado de la “experiencia real”.


“La experiencia humana es tan fascinante como prescindible”

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Por Pablo Scoufalos // pscoufalos@hotmail.com

Roger Alan Koza es un reconocido crítico de cine cordobés que actualmente escribe en La Voz del Interior y ojosabiertos.otroscines.com. Este año fue programador del Festival Internacional de Cine de la Universidad Nacional Autónoma de México (FICUNAM) y desde 2006 es el seleccionador de la sección “Vitrina” (que exhibe películas de Iberoamérica, España y Portugal) del Festival de Cine de Hamburgo.

En la Semana Herzog, Koza (se) juega a elegir su película preferida del director alemán, dice que es el que mejor ha sabido utilizar el formato 3D y califica su cine como “darwinista”.

¿Cuál es tu película preferida de Herzog y por qué?

Son muchas mis preferidas: Signos de vida, Fitzcarraldo, Grizzly Man, Un maldito policía en Nueva Orleans, y podría agregar más títulos y sentirme satisfecho con muchos otros. Con Herzog me sucede igual que con Godard: cuando me preguntan cuál es su mejor película tiendo a pensar que todas las películas son en realidad una sola y es entonces la obra completa la que elijo. De todos modos, aceptaré el desafío: elijo The Wild Blue Yonder. Este film ensayo es el que mejor sintetiza la genialidad de Herzog. Con esta película, sus divagues filosóficos y cosmológicos alcanzan aquí su mayor libertad, su humor poshumanista organiza la totalidad de la propuesta que parece el gran chiste de un demiurgo juguetón, y la presunta pureza del concepto de ficción y de documental queda suspendida debido a un trabajo formidable de apropiación poética y especulativa sobre diversos materiales de archivo conjugados con el relato de un alienígena que oficia como maestro de ceremonia. Es una película tan divertida como exigente en la que sobrevuela un sentido radical de contingencia como eje de la experiencia consciente: la especie humana, a pesar de ser fascinante, es prescindible; el mundo, la evolución, el cosmos son indiferentes frente a nuestra presencia.

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¿Crees que el cine Herzog produjo cambios en la teoría y la tradición documental?

En principio, no estoy seguro de si Herzog sea un gran inventor de formas. Estoy seguro de que recientemente ha descubierto el alcance estético de las cámaras digitales, en especial en el uso de primerísimos planos y en su primer trabajo en 3D. Lo que sucede en White Diamond y en La cueva de los sueños olvidados posiciona a Herzog como un cineasta que ha concebido una forma novedosa. Hasta ahora es él quien mejor ha podido pensar y utilizar el 3D, a contramano del imperativo anabólico en el que lo real debe saturarse de tal modo que la representación del mundo y sus entes desborde la pantalla. Lo genial del 3D en su película consiste en la reproducción de la experiencia “directa”; su cámara funciona como una mediación insustituible. Así podemos ver las famosas pinturas prehistóricas que nadie podría ver de otro modo por su inaccesibilidad debido a cuestiones de seguridad científica. Aquí sí se podría pensar en un aporte a la teoría. De todos modos, me parece que Herzog tiene un conjunto de obsesiones identificables que lo llevan a tomar prestado cualquier poética disponible que le sirva para sus fines. En ese sentido, películas como Grizzly Man, Into the Abyss, incluso Mi enemigo íntimo, son bastante convencionales en sus estructuras poéticas y formas de registro. La voz en off en los films de Herzog es justamente la prueba de lo convencional que pueden llegar a ser sus películas. Pero sus películas son únicas por la combinación inesperada de ciertos elementos formales más ortodoxos con algunas temáticas que llegan al límite de lo concebible. Lo extremo en su cine es la lógica y la fuerza de sus decisiones poéticas.

¿Podrías explicar tu idea de Herzog como “cineasta darwinista”?

En nuestro sentido común, Darwin está fatalmente asociado a un sentido de lucha aplicado a la supremacía de los más aptos. Es decir, la vida le pertenece a los más fuertes. Esa lectura es, como mínimo, reduccionista. La herencia más extraordinaria y desafiante de Darwin pasa por el descentramiento de nuestra especie en todos sus órdenes. Me parece que en varios films Herzog filma nuestra especie como una especie entre otras. Mi lectura sobre Un maldito policía en Nueva Orleans es que se trata de un ajustado y metafórico retrato del complejo R de nuestro cerebro. ¿No es lo que vemos un retrato de Nicolas Cage en su devenir reptil? Esa película es Mi tío de América por otros medios.

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Varios críticos han calificado el cine de Herzog como “romántico”. ¿Compartís esta opinión?

¿Herzog romántico? Sí, no lo es directamente, pero él es impensable sin esa tradición de descentramientos imprecisos y en el que la exaltación de la figura del genio individual es central.

¿Cómo crees que se vincula Herzog con el humor?

Creo que se conjugan tres modalidades humorísticas en Herzog: el sarcasmo, la ironía y un tipo de  comicidad amable como respuesta a lo imprevisible.

¿Qué opinás  sobre Herzog como escritor?

Sólo he leído Conquista de lo inútil, libro que me gusta mucho y en el que percibo un orden de continuidad respecto de las obsesiones de Herzog como cineasta. En el fondo Herzog es una especie de viajero filosófico. Eligió la cámara como método de exploración. A veces, escribe.


¿Cuál es tu serie favorita? Parte II

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La crítica de series no es una práctica extendida. No es como el cine, donde hay mayor sentido crítico y plumas legitimadas. Las series no han formado críticos, han formado fans, obsesivos del guión, descifradores de signos, que especulan en foros sobre el posible desenlace de Breaking Bad o las múltiples interpretaciones de Twin Peaks.  ¿Qué resulta más fácil: elegir una serie favorita o una película? Podríamos decir que la elección de la serie se permite ser más caprichosa, superficial, injustificada. Ahí encontramos un terreno para explorar.

Escritores, directores de cine, periodistas, dramaturgos, críticos y músicos responden acerca de sus series favoritas. También señalan series no recomendables, que no deberíamos ver ni el primer capítulo. Entre ellos, hay todo tipo de espectadores: perseverantes e impacientes; clásicos y excéntricos; nostálgicos y contemporáneos.

En este número, Zambayonny, Rafael Spregelburd, Diego Sánchez y Leila Guerriero le responden a Tónica.

Zambayonny

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 La verdad no miro muchas series, pero la que recomiendo sin dudar es Life of Mars (en  cualquiera de sus dos versiones) porque es una serie pactada a cierta cantidad de  capítulos que no se modificaron con los vaivenes del rating, porque es una gran idea,  porque tiene la mejor música de todas las series y un final con huevos, no como Lost. Y  por otro lado la que no recomiendo ni el primer capítulo es FlashForward porque uno se  engancha y al tercer capítulo la arruinan para siempre.

Rafael Spregelburd

rafael

 No sé si tengo una serie favorita. Los gustos cambian con el tiempo y la memoria es  engañosa. Lo que de niño me parecía maravilloso, cuando la televisión era mucho más tosca  que lo que es ahora, seguramente hoy debe ser imposible de mirar. Pero en lo que va de la  década supongo que mi favorita es Mad Men. Sus detractores afirmarán –y con razones– que  el núcleo argumental es muy parecido al de un culebrón. Sin embargo, es una de las pocas  series que está plagada de matices. Lo importante jamás se narra en primer plano, sino que  es fondo, depósito barroso, poso, y queda como pulsión, amenazante, mientras el supuesto  mundo argumental se despliega. La tensión erótica de la serie tiene poco o nada que ver con lo explícito de otras producciones, y su trasfondo político es novedosísimo para el común de  las series norteamericanas, que cuando no endiosan al sistema simplemente lo critican sin imaginación. Mad Men es una serie fina, de diseño, de especulación, de permanente sorpresa:  verifica en cada episodio lo que uno ya sabe de su lenguaje, pero siempre agrega algún  condimento inesperado. Yo espero cada temporada como un adicto.

Diego Sánchez

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El lugar común de recomendar The Wire es algo a lo que me sumo con alegría. Es una serie sin psicologías, con personajes que tienen la  misma densidad moral que Miguel Ángel Pierri, y que toma todos los  grandes temas del prime time televisivo norteamericano -la policía, la justicia, el narcotráfico, los sindicatos, el periodismo- y los saca de New  York o Los Ángeles para llevarlos a una Baltimore similar a un distrito  electoral del conurbano o una ciudad eslava arrasada por la libertad de  la glásnost: sórdida, sin Estado, empujada por la fe en la supervivencia,  y narrada con la suficiente autoconciencia y respeto por el espectador como para no caer en condescendencias. Y pese a esto no es pretenciosa ni abandona los condimentos de una serie propiamente  dicha: elaboración de rasgos, tensiones, catchphrases. Es  excesivamente entretenida. Breaking Bad, por su parte, es hermosa  como cualquier otra historia narrada en el desierto. Enlightened emana  ese sopor intelectual que sólo puede producir la Costa Oeste  americana. Laura Dern es David Forster Wallace. Después está Mad Men, Game of Thrones, House of Cards, Louie, Girls, Sherlock… Hago un recorte sobre la producción reciente. Con respecto a lo que no recomiendo, soy lo suficientemente neurótico como para sospechar de la improvisación y el consumo de casi cualquier cosa que no haya sido precedida por una investigación exhaustiva. Pero además no recuerdo series a las cuales les haya dedicado tiempo y no tengan, al menos, algo que lo amerite. Otra cosa es la decadencia y la degradación. La primera temporada de The Newsroom la vi completa aun a pesar del exceso de sobreescritura de Aaron Sorkin. El primer capítulo de la season 2, en cambio, no lo pude terminar de ver.

Leila Guerriero

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 La única serie completa que vi en mi vida fue Twin Peaks, de David Lynch. Desde entonces, ya no miro series. O casi. Vi algo de Nip Tuck,  algo de In treatment, pero aun cuando alguna me ha parecido lejanamente interesante termino por olvidar el día y el horario en que  la pasan, o termino por fastidiarme con los cortes publicitarios, y  entonces termino con la serie. Desde hace un mes, y después de haber  visto un capítulo que me pareció muy malo, empecé a ver Breaking  Bad. Por ahora, y hasta que olvide el día y el horario en que la pasan,  me parece la cosa más genial, retorcida, luminosa, oscurísima y talentosa que haya visto en mi vida.


“La cuota de maldad justa y necesaria”

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Por Pablo Scoufalos / @pabloscou

@condoblezeta es Agustina Guazzaroni. Rubia, kirchnerista y exagerada. Puede armar un debate sobre el bronceado de Tito Nenna a las tres de la mañana o gastarse medio sueldo en Farmacity. Se desvive por el padre (“Mi papá te está diciendo algo y a la mitad de la frase SE VA, o toma agua o atiende el teléfono. Es lo más desesperante del mundo”), lanza máximas (“Este tango se coge a Baudelaire de parado”) y se ríe de sus fracasos amorosos (“3 fisuras en la puerta del edificio me aplaudieron y mi autoestima y yo queremos agradecerles”). Su deporte preferido es inventar citas de Perón y confía en que mirando Law and Order, tarde o temprano, se va a recibir de abogada.

Tiene poco más de veinte años y más de 32 mil tuits escritos. Es una autora compulsiva y chispeante, a veces vulgar, a veces frívola, siempre a un paso de la catarsis. “(Dos desilusiones más y termino pesando 38 kilos. Atención Laurencio Adot (?)”)

El absurdo, la exageración y la exhibición de los prejuicios son armas humorísticas muy utilizadas en Twitter. Pero lejos del frío y calculador cinismo de los fakes, @condoblezeta toma estas armas y, jugando con su vulnerabilidad y su autoestima, construye un grotesco fluido y sincero. (“En el único momento que pienso que me hace falta un novio es cuando no puedo abrir un frasco de mermelada o el enjuague bucal.”) Cuando aborda la política, lo hace tangencialmente, desde un humor liviano o desde un kirchnerismo emocional, lejano a la disputa semiótica.  Y cuando aborda a los hombres, hay que prestar atención. (Aprendí a decir “dame un beso” con la mirada. Ahora me faltan “tengo hambre” y “llevame a tu casa”, y me considero realizada como mujer)

¿Qué te lleva a tuitear? ¿Cómo era tu vida antes de Twitter?

Mmm, tuitear me hace más fácil reírme de mi misma, que creo es algo que todos deberíamos hacer. Mi vida A.T (antes de Twitter) no era muy distinta de mi vida D.T. Capaz ahora conozco o me junto con gente que antes nunca me hubiera cruzado. Supongo que lo que cambió es que estoy un poco más expuesta.

¿Asociás TW con la literatura?¿Escribís fuera de las redes sociales?

No y no. Podría asociarlo con la literatura tangencialmente, ponele, porque creo que en tuiter uno construye un personaje. No todos claro, pero muchos lo hacen, y no necesariamente es ficción, sino más bien mostrar ciertas características de forma exacerbada. Como si fuera una caricatura de uno mismo.

Sos una chica de pueblo, rubia y peronista. ¿Qué etiqueta me falta?

Soy exagerada. Te diría “soy muy exagerada”, pero estaría exagerando.

¿Cuál es tu/s tuitero/s favorito y por qué? Nombrame un tuitstar sobrevalorado.

Mis tuiteros favoritos son @boedomonamour @TomiOlava @jluciof y @luchio. ¿Por qué? Sencillamente porque me hacen reír a carcajadas. Además tienen la cuota de maldad justa y necesaria (y un poco más también). ¿Un tuitstar sobrevalorado? Qué se yo. ¿Qué es ser tuitstar? No sé, cualquiera que se precie de ser “una estrella de tuiter” está sobrevalorado. Es twitter.

¿Hay algo que nunca dirías en TW?

Ufff, un montón de cosas. Muchos piensan que tuiteo mi vida entera y la verdad es que siempre cuento más o menos lo mismo: las vicisitudes de mi vida cotidiana. Lo que me duele, me preocupa, me hace feliz e incluso la forma en la que yo me percibo a mi misma no está en twitter.

¿Qué odias en un hombre?

La histeria, la pose y las dudas, porque para eso ya estoy yo. Me gusta más la figura del hombre que resuelve, decide y, en cierta forma, manda y ordena. Caza pesca y recolección (?)

Entiendo que te enfermás seguido. ¿Probaste con homeopatía o terapias alternativas?

No, no soy muy partidaria de esas cosas. En #LaComte no las aprobamos.

10 tuits de @condoblezeta

Estoy viendo la tele sin los anteojos y en mute, por lo que entendí que la Claudia Maradona está saliendo con Taiana.

No voy a la guardia porque estoy esperando el diagnóstico de Nelson Castro.

Quiero el libro de poesías de Braga Menendez. Y el balazo lo quiero en la frente. Gracias.

Cada vez que digo en casa “igual sabían que Michetti PUEDE caminar, no?” mi vieja se indigna. “Deja de decir esas barbaridades Agustina”

Tengo tantas ganas de fumar que en cualquier momento pongo la boca en un caño de escape.

Si le metiera la garra que le estoy metiendo a Homeland al resto de mi vida sería Rambo.

“Usó jeans Tabatha?” / “Sí” / “No puede ser donante de sangre”

Veo Batman y quiero ser Batman. Veo El señor de la guerra y quiero traficar armas. Tengo que ver una película de alguien que se recibe.

Si alguien no atiende el teléfono la primer opción que barajo es que se murió.

Fundación Malena Galmarini For Kids Who Can’t Read Good and Wanna Learn To Do Other Stuff Good Too.


Crónicas de lo duro y lo blando

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Crónicas de albañilería, de Agustín Calcagno

Milena Caserola (Julio 2013)

162 páginas

$75

Por Pablo Scoufalos / pscoufalos@hotmail.com

Agustín Calcagno es un joven profesor universitario que decide trabajar de albañil en Buenos Aires junto a su mejor amigo, un adicto en rehabilitación. Al terminar cada jornada, va a su casa y, aún cubierto de polvo, escribe en su blog. Crónicas de albañilería (Milena Caserola) es una compilación de estos escritos, que forman un reality visceral y gritón en el cual el crónista-poeta se ríe de su condición de porteño burgués y transforma su carácter a partir de su relación con los materiales.

Desde el comienzo, Calcagno busca dejar en claro que su acercamiento a la albañilería nace principalmente de una necesidad económica, no de una curiosidad antropológica ni  de una motivación literaria. Después de haber tocado fondo, sin trabajo y “sin sentir amor por nada”, acepta sin dudar la oferta de su amigo Fer.

Calcagno y su coequiper hacen laburos y changas para intelectuales, conocidos, lo que venga. En el relato hay demoliciones, escombros, drogas duras y blandas, nuevos compañeros, una mujer compartida y un amor fraternal. En cada día de trabajo, en cada capítulo, hay una introducción que da un contexto y condensa sentido. (“Día Catorce: Lukasz –o Lucas para nosotros- es el nuevo jugador de nuestro equipo. Llegó hace diez años desde la ciudad polaca de Czetochowa – Chesajova para nosotros – intentando zafar de una historia complicada que incluye nazis, vodka y accidentes de ferrocarril. Es una máquina de trabajar, así que nuestra actividad se ha facilitado muchísimo. Comunicaciones infrarrojas perdidas en la traducción!)

A Calcagno no lo amedrentan las frases sentenciosas ni los lugares comunes, y construye un discurso encendido, lleno de digresiones e imágenes potentes que penetran por insistencia e intensidad.

El autor se desmarca del periodismo gonzo y no construye un personaje, busca deconstruir su identidad. Cuestiona el logos, el pre-entendimiento, la lectura unívoca de las cosas e invita a resistir, a ensuciarse las manos y luchar contra la ingenuidad de los “bienpensantes”. De hecho, a veces parece que está hablando Hoederer, el líder comunista acusado de traición de “Las manos sucias”. (“Si algo me enseño el pipazo de paco en la placita de Balvanera Sur es que hay cientos de mundo ajenos al discurso que son tanto o más profundos de los que suelen aparecer ante nosotros como contundentes verdades reveladas por ilustres pensadores”).

Calcagno termina reemplazando la medicación por la demolición. Para él, la albañilería es terapéutica, la conjunción de lo más duro (los materiales) y lo más blando (“lo que el hombre crea”) habilita la catarsis y diluye el límite entre realidad y ficción.

La estructura de la obra, basada en un blog, permite que el resultado sea positivo, incluso que potencie la poesía de las imágenes y disimule la excesiva explicitación de su discurso.


¿Cuál es tu serie favorita? Parte III

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El boom es tal que en Europa se están realizando festivales dedicados exclusivamente a series de televisión (ver http://revistatonica.com/2013/10/17/hoy-recomendamos-una-serie-como-ayer-nos-pasabamos-un-libro/)

Nosotros continuamos preguntándoles a los de acá. En esta ocasión, nos respondieron Daniel Veronese, Pola Oloixarac, Sergio Olguín y José María Muscari. Y le hicimos dos preguntas extra a Santiago “Motorizado”.

Daniel Veronese

veronese

Tengo varias favoritas pero la primera que me aparece es Six Feet Under. Amaba a esos actores. Me parecía muy atractiva con un tema tan bizarro como el de la muerte. La madre me parecía una actriz entrañable, tengo entendido que es una gran actriz de teatro, protagonista de obras de Chéjov y Strimberg.

 Sergio Olguín

 Sergio Olguín

Mi preferida es The Shield porque era perfecta: guiones, estética y personajes. Y nunca transó con lo que el espectador esperaba. Hicieron los que se les cantó (y todo muy bien). Eso sí: es angustiante.

No recomiendo Prision Break. El comienzo no es tan malo pero cada temporada empeora de manera increíble. Para quitarles las ganas se los digo: el protagonista muere en el último minuto de la última temporada.

Por otro lado, considero que las críticas de serie todavía se mueven a partir de la admiración. Son críticas de fans con poco sentido crítico (a no ser que tomemos como sentido crítico quejarse por el final de Lost en los foros de discusión). La de cine ya dio esa vuelta.

Pola Oloixarac

pola

Recomiendo Game of Thrones. Íntimamente hobbessiana y hay dragones. No recomendaría nada demasiado lleno de humanos comunes hablando un idioma habitual. ¿A quién le importan esas cosas?

José María Muscari

muscari (1)

Mi serie favorita es Lost. La amo, vi todas las temporadas, llegué a ver cinco capítulos seguidos porque es genial, está bien actuada, bien pensada, la historia es un rompecabezas maravilloso y desafía tu mente. Abre historias y signos todo el tiempo. Nunca me enamoré de hombres y mujeres al mismo tiempo. Sólo Lost lo logró.

Santiago Barrionuevo (“El mató a un policía motorizado”)

santiago barrionuevo

¿Cuál es tu serie favorita?

Girls.

¿Alguna serie influyó en tu música?

Supongo que muchas, no sabría decir cuál, quizás Okupas, Lost, Los Simpsons y Seinfeld.

¿De qué serie te hubiera gustado participar en el soundtrack?

De Okupas.

 



¿Cuál es tu serie favorita? Parte IV

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Por un lado, nos salimos un poco del cabotaje y le preguntamos a Luis Soares (Tropa de Elite) sobre sus series favoritas. Por otro, el crítico de cine Roger Koza nos explica por qué no mira series. Hernán Brienza, Quintín y Sebastián Hacher también respondieron para Tónica.

Luiz Soares

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Soy admirador de muchas series brasileñas y extranjeras. Puedo citar Nove milímetros entre mis series brasileñas preferidas, y entre las series de afuera destaco The Wire, Los Sopranos, House of Cards, Homeland y Boardwalk Empire. También hay una serie dinamarquesa sobre política y la primera ministra en su rutina; es excelente pero olvidé su nombre.

Hernán Brienza

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Generalmente miro series de época: Los Túdor, Los Borgia, Game of Thrones, Lost, Los Sopranos. Recomiendo: Game of Thrones y Túdor. No recomiendo Lost porque es muy despareja. Tiene tres temporadas buenísimas y tres inmirables.

Quintín

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Como no hay una manera de hacer crítica de cine, tampoco hay una de criticar series. En lo personal, no sé cómo lo haría, porque no veo series. Pero hagamos un intento.

Me gustaron mucho las dos primeras temporadas de Justified por sus personajes endemoniados y contradictorios, fruto de una virtuosa elaboración de los que inventó Elmore Leonard. Y también por una finísima sintonía con el mundo redneck, el tratamiento de los contrastes entre ruralidad y capitalismo en un territorio físico y simbólico mucho más fresco que el remanido universo de los gangsters. No tengo mucho para agregar. Lo demás es el esmero profesional en el casting y las peripecias del guión.

Sebastián Hacher

sebastian hacher 2

Mis series favoritas en el mundo son Twin Peaks y The Wire. Son dos obras maestras. The Wire va a dar que hablar durante muchos años. Además del formato, el guión y cómo está filmada, explica mejor que nadie cómo funciona el narcotráfico y cómo se inscribe en la ciudad, qué relación tiene con el resto de las instituciones, etc. No hay un día en el que no pueda explicar un aspecto de la realidad usando a The Wire como ejemplo. No sé qué series no conviene ver. Yo vi el primer capítulo de Breaking Bad y me aburrí: no es el tipo de historia que me interesa, y me habían hablado tanto de esa serie que no me dieron ganas de seguir viéndola. Sospecho que eso habla más de mí que de la serie.

Roger Koza

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No veo series de televisión, y no veo televisión desde 1991. Y es literal. Me gustó lo que hizo Todd Haynes recientemente en Mildred Pierce porque sigue respondiendo a una lógica cinematográfica; lo mismo diría de Kieslowski en su momento, o Fassbinder. Lo que me preocupa de las nuevas series y su recepción festiva es que discretamente imponen una primacía del guión respecto del registro. Si esa concepción se impusiera habría cineastas como Kiarostami, Bresson, Tarr, Grandrieux e incluso los Straub que no tendrían herederos. El azar es una interdicción para los obsesivos del guión y su ilustración en imágenes.


¿Cuál es tu serie favorita? Parte V

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En esta quinta entrega opinan sobre series: Maxi Crespi, Alejandro Tantanian, Miguel Dalmaroni, Mariano Quirós y Diego Grillo Trubba (vale aclarar que el decálogo de Grillo Trubba sobre Breaking Bad quedó desactualizado pero  no perdió su valor).

Maxi Crespi

maxi crespi

Recomiendo Black Mirror, Game of Thrones, Utopía, de las que están activas. De las clásicas, bueno, no voy a ser muy original: Twin Peaks, sin duda y, más acá, Lost marca -a mi modesto entender- un antes y un después en la concepción narrativa. Imagino que hay un público para todo. Por eso no voy a decir qué no hay que ver, sino qué no vería yo: 1) policiales, 2) reality shows, 3) series costumbristas (menos tolerables aun si afectan a nuestro deprimente color local de subdesarrollo), 4) comedias etnográficas y 5) musicales.

Alejandro Tantanian

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No soy un alto consumidor de series. Me falta la enorme voluntad de poder seguir esas novelas así como me cuesta enfrentarme hoy a una larga novela del siglo XIX. Pero también podría decir que Six Feet Under consiguió que dejara de lado todas y cada una de las cosas cotidianas para avanzar desenfrenadamente sobre los capítulos hasta devorar las seis temporadas. Y llorar a moco tendido por las dolorosas pérdidas de esa, mi familia. Solía hacer una broma que, creo, puede ser el nudo del fanatismo que esa serie supo despertar en muchos. Decía: “Sé más de los Fisher que de mi propia familia”. Y es la más dolorosa y pura verdad. Si a eso le agregamos su extraordinario trato con la muerte, tenemos, sí, mi serie favorita.

Yo nací en 1966, así que atesoro algunas series de infancia: Los Tres Chiflados (que veía con mi  abuelo todos los exactos mediodías), Batman (con el enorme Adam West), El Agente de Cipol, Los Vengadores (¡Sí, la inglesa!), El Santo, Dos Tipos Audaces y – por encima de todo y sobre todo- El Increíble Hulk (con Bill Bixby y el verde Lou Ferrigno). Inolvidables, todas.

No recomiendo Bates Motel. Vi el primer capítulo y creo que el pastiche es tal que no se sabe si uno está viendo 1) una remake de Hitchcock 2) una suerte de “Recuerdos del Futuro” donde Norman Bates es el pequeño Norman que luego será Anthony Perkins 3) una serie donde el fantasma de Norman Bates asola la casona.

Las decisiones de arte que mezclan el presente con los 60 dan arcadas de lo obvio. Y que la madre de Norman se llame Norma es el colmo del mal gusto. ¡Zapping ya!

Miguel Dalmaroni

Foto MAD 2013

De las de antes, mi favorita es el El túnel del tiempo. De las recientes, Six feet under, lejos; si no existiese esa, In treatment (la versión de Rodrigo García, claro) y Downton Abbey están muy bien (pero existe Six feet under)

No recomendaría ni el primer capítulo de En terapia, la versión argentina: Diego Peretti es en general, y ahí pasmosamente, un pésimo actor; Norma Aleandro (que supo ser buena en muchos roles) ahí da vergüenza ajena. La serie no merece las extraordinarias actuaciones de Lopilatto y Sbaraglia, que -cuán mala será- no la redimen ni apenas. Pero sobre todo, ambientar un tipo de sesión analítica como la de In treatment en una ciudad copiosamente freudo-lacaniana como Buenos Aires es de una inverosimilitud casi imposible de empardar.

Mariano Quirós

mariano quirós

Hace mucho que no tengo televisor. Pero antes me pasaba horas mirando Friends, Seinfeld y alguna otra que no recuerdo. De niño fui muy fanático del Gran Héroe Americano, aquella serie de principios de los 80 cuyo protagonista era un perfecto antihéroe. Yo quería ser él. De grande, y gracias a Internet, vi Lost, que a veces estaba buena, otras más o menos y alguna vez incluso muy buena. Salvo El Gran Héroe —al que seguía como por mandato— al resto de las series las miraba para pasar el rato.

Diego Grillo Trubba

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De todas las series que vi en mi vida, mi preferida es The Wire. Hegel decía que el objetivo de la filosofía es aprehender la totalidad. Yo creo que el objetivo de cualquier disciplina artística es ése. Bueno, The Wire consigue aprehender la totalidad.

Y mi serie favorita de la actualidad es Breaking Bad. Por diez razones: 1) No hay amagues. Cuando surge un peligro para el protagonista, estalla. No hay falsas alarmas. La trama suma siempre.  2) Puede haber, dentro de un capítulo de 51 minutos, una primera escena de 15 minutos (sí, 15 minutos) y no resta, suma. 3) La totalidad de los personajes posee un código ético-estético único y diferenciable. No hay superposiciones. 4) Los personajes y sus personalidades mutan con los hechos que ocurren, no se mantienen inalterables. 5) Es un retrato de los tiempos que vivimos y del hombre posmoderno, siempre a un paso de tirar todo a la mierda. 6) Tiene un elenco colectivo perfecto. No desentona nadie. Y ninguno, antes de Breaking Bad, era grosso en convocatoria. 7) Va camino a ser la primera serie que recuerde que no termina por desgaste, sino porque saben que la historia termina. 8) Es densa, oscura, terrible. Demuestra que el público no es imbécil. 9)  Carece de elementos gratuitos. Todo ocurre por algo, se relaciona con algo pasado o futuro. No es efectista, es efectiva. 10) Carece de historia de amor. No apela a empatías ordinarias, sino a las más oscuras del espectador.

No recomiendo Under the Dome. Me resultó un bodrio espantoso. Inverosímil, mal actuada, mal escrita. No pasé del capítulo 1.


¿Cuál es tu serie favorita? Parte VI

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En el último especial de series del año tenemos a Pablo Alabarces, Lucas Carrasco, Ignacio Apolo, Félix Bruzzone y Mario Pensotti. Próximamente, el ranking.

Pablo Alabarces

pablo alabarces

Mi favorita es The Big Bang Theory. Descuento que es porque me hace reír mucho. Supongo que hay cierta proyección: yo también fui un nerd, aunque literario en vez de físico. Y podemos afirmar que amo a Penny.

Las que no recomendaría no las miro: hay una lista infinita de “primeros capítulos”, o más bien, “un cacho de un bloque”. Apenas compruebo que jamás la veré, olvido hasta el título.

Lucas Carrasco

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Breaking Bad. Una vez estaba con Patucho, un amigo, tomando una cervezay me contó de esta serie. No veo ninguna fuera de esta. No tengo televisor pero en realidad, no entiendo, o me aburre, o no sé, el cine, la TV, las series. No es porque lea libros, ya no. Bueno, el caso es que Patucho me la contaba muy bien, demasiado bien. Así que decidí verla. No me gustó mucho pero trato de entender la estructura del guión. De chico sí miraba, cuando no existía ni el cablevideo allá en Paraná. Y la que más me gustaba, bah, me emocionaba, era Camino al Cielo. Con el mismo de la Familia Ingalls, que hacía de ángel, que venía a la tierra y solucionaba problemas de gente buena.

 Ignacio Apolo

ignacio apolo

Miramos series en casa desde hace varios años, desde que el gran colega escocés Gregory Burke, con quien estaba trabajando una traducción, me dijo: no podés no ver Six Feet Under. Fue un antes y un después, claramente. La experiencia de las cinco temporadas de Six Feet Under, por su alucinante calidad, por haber sido la iniciática, y por ese sublime final, fue para mí insuperable. Luego vinieron Los Soprano, tan esenciales para la cultura americana como exóticos y casi paródicos para nosotros. Los intentos de sobredosis de adrenalina con 24, y esa especie de remake paranoica que es Homeland, de las que no pasamos de una temporada. Vino la notable In Treatment (versión americana). Un intento con el sanguinolento Dexter, que no puede crecer. Otro con esa rareza que fue Touch, que lo único que logra es malograr su magnífica presentación. Por supuesto, mi hija Luna aprendió a sentarse mirando Dr. House, un éxtasis cínico alrededor de esa reencarnación de Sherlock a quien le importa la vida humana solo en el último instante y en el último rincón, pero donde alcanza a ser verdadero. Nos hicimos remeras con su cara, que dicen “It’s not Lupus”. Y luego nos volcamos de a cientos, en simultáneo, por todos lados: para niños, para adultos, para bobos. Un capítulo de cada una. La primera temporada de Breaking Bad es lo que cualquier escritor querría haber escrito para mostrar la evolución de un personaje. Pero es demasiado famosa. Vamos a lo realmente bueno: si no vieron Black Mirror, la ven ya. Y si detestaron esa increíble, marketinera y snobista máquina expendedora de zapatos que fue el panfleto llamado Sex and the City como la destesté yo, ya mismo vean Girls, y se desintoxicarán, y tocarán algo de lo mejor de lo que la actualidad de este arte está aportando. El resto es silencio.

Félix Bruzzone

felix bruzzone

Mi preferida es Robotech. Y no sé por qué, porque nunca la volví a ver y porque las razones infantiles que tenía para verla eran totalmente inconscientes y obviamente las olvidé. Sí recuerdo que en la primaria, y en los primeros años de secundaria, me escapaba de mis clases de karate para ver los nuevos capítulos, que los transmitían a la tardecita. Las series de ahora no las miro porque cuando arranco con alguna, siempre me resulta una exacerbada sobreactuación de un mundo (quizá el mundo del cine, y el mundo de la literatura) que se acelera hacia el muere. Una nostalgia innecesaria.

Mariano Pensotti

mario pensotti

Me gusta mucho Mad Men. Estoy terminando de ver la última temporada. Está buenísima, es una muy buena serie. Me hace acordar a esos cuentos de Cheever o a esa literatura americana de los años cincuenta, sesenta. Además en una serie donde el atractivo está puesto en las actuaciones y en la puesta en escena. Si vos pensás lo que pasa lo que se cuenta es muy pequeño y a la vez muy atrapante por como está narrada, por cómo está contado todo esto que lo vuelve muy particular.  También vi Homeland que también está muy buena.


Y el ganador es…The Wire

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Finalizó la encuesta “¿Cuál es tu serie favorita?”. Cerca de cincuenta escritores, directores de cine, críticos y músicos hicieron sus elecciones. Se mencionaron las series del momento, las clásicas, un par de rarezas. Algunos dieron respuestas elaboradas, otros lacónicas; algunos señalaron las series no recomendables, unos pocos bastardearon el género. Un género con muchos fans y pocos críticos, usualmente mal abordado desde el lenguaje cinematográfico o la filosofía barata.

En 2002, año que se estrenaron The Wire y The Shield, había sólo 34 series estrenadas en EE.UU. El año pasado se llegó a 125. Hoy, cualquier cadena prueba suerte en el mercado de las series. Se pasó de hablar del “boom” de las series a la “burbuja seriéfila”. En los blogs atacan las “fórmulas del éxito”, se dice que tanta cantidad va en detrimento de la calidad,  que no hay un punto de equilibrio entre oferta y demanda, que hay un problema de expectativas y promesas no resuelto, etc. Pero las burbujas explotan y aún no vislumbro qué es lo que podría explotar. Si bien puede haber un exceso de oferta y una caterva de series basura, me animo a decir que aún hay muchos nichos de mercado por explorar. Creo que no estamos ni cerca del ocaso de las series, ni en Hollywood ni en ningún lado.

Dicho esto, vamos con el ranking de fin de año. Ganó The Wire. Se dijeron cosas como: “Una obra maestra”, “un fresco social del derrumbe de las instituciones públicas”, “una serie que aprehende la totalidad hegeliana”,  “una intensa y sugestiva reflexión sobre el espíritu del capitalismo”. Cerca quedaron Breaking Bad y Mad Men, y un poco más atrás Twin Peaks y Six Feet Under.

Vale aclarar que hay más votos que encuestados. Algunos han elegido más de una favorita, máximo tres. Unos pocos votaron las series que no deberíamos ver ni el primer capítulo porque son malas de arranque o porque eventualmente nos van a decepcionar.

Ranking “¿Cuál es tu serie favorita?”

1-      The Wire (8 votos)

2-      Breaking Bad y Mad Men (6 votos)

3-      Twin Peaks y Six Feet Under (5 votos)

4-      Los Soprano y Game of Thrones (4 votos)

5-      Lost, Girls y Homeland (3 votos)

6-      El Santo, Bored to death, Dos tipos audaces, House of Cards, La ley y el orden, Seinfeld, Utopía, Black Mirror, Justified (2 votos)

7-      American Dad, Batman (con Adam West), Boardwalk Empire, Camino al Cielo, Columbo, El Agente de Cipol, El Gran Héroe Americano, El Increíble Hulk (con Lou Ferrigno), El túnel del tiempo, Friends, Grey´s Anatomy, How I Met Your Mother, In Treatment, Les Revenants, Life on Mars, Little Horribles, Los Simpsons, Los Tres Chiflados, Los Tudor, Los Vengadores, Louie, Mildred Pierce, Misión imposible, New Girl, Nove milímetros, Okupas, Robotech, Roma, Sankuokuai, Snoopy, Spartacus, Starsky y Hutch, That´s 70 Show, The Big Bang Theory, The IT Crowd, The Shield (1 voto)

Las Series No Recomendadas (todas con un voto): Prision Break, Under the Dome, En terapia (version argentina), Bates Motel, Flashforward, Sex and the City, Smalville, Game of Thrones, Lost, Breaking Bad.

Encuestados: Valeria TentoniGonzalo LeónHernán VanoliPatricio ErbCarlos GodoySelva AlmadaMariano CanalFrancisco “Gogui” MarzioniDiego VecinoFacundo (El Faco) FaldutoNicolás MavrakisAlejandro SoiferMartín KohanAlejandro ZinaSebastián RoblesLuciano LambertiFederico FalcoDiego Fernández PaisCristino BogadoMarina MariaschNatalia MarderoLeonardo OyolaZambayonnyRafael SpregelburdDiego SánchezLeila GuerrieroDaniel VeroneseSergio OlguínPola OlaixaracJosé María MuscariSantiago “Motorizado” BarrionuevoLuis SoaresHernán BrienzaQuintínSebastián HacherRoger KozaMaximiliano CrespiAlejandro TantanianMiguel DalmaroniMariano QuirósDiego Grillo TrubbaPablo AlabarcesLucas CarrascoIgnacio ApoloFélix BruzzoneMariano Pensotti.


Niños, pesadillas y kitsch

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Una retrospectiva es un riesgo para el artista. Una curaduría ingenua, también. La obra de Sebastián Gordín – casi treinta años de obra expuestas en dos pisos del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) desde febrero hasta el 20 de abril – sufre  las consecuencias de estos males, resaltando su costado más mediocre e infantil.

Fantasy Football / Diáspora - 2005-2006

Fantasy Football / Diáspora – 2005-2006

Sebastián Gordín es, como el mismo se definió, “un artista del Rojas”. Curtió la escena under de los 80´ y a comienzos de los 90´, junto a Pablo Suárez, Miguel Harte, Marcelo Pombo, Beniton Laren, formó parte del grupo de artistas que pusieron en movimiento la galería del Centro Cultural Rojas. Jorge Gumier Maier, un ex militante maoísta, periodista y activista gay, fue el conductor de este espacio, donde se pregonaba “una difuminación del arte en sus bordes”, un “arte del goce” que si bien marcaba una continuidad con la cultura de la noche, la moda y las artes visuales de la década del 80, polarizaba con el “arte comprometido” de la apertura democrática. Con el arte del Rojas irrumpe el arte kitsch – otros dirán “arte light”- el exceso de ornamento, la sátira de la cultura massmediática, triunfa la ironía frente a la crítica.

Avon Fantasy Reader - 2008

Avon Fantasy Reader – 2008

Nada de esta información está en la retrospectiva de Gordín, Un extraño efecto en el cielo.  La curadora, Victoria Noorthoorn, opta por no contextualizar a Gordín en el campo cultural porteño e introduce la exhibición de esta manera: “Es una muestra de guiños, de picardías, de temores infantiles, de fantasías y de amables pesadillas. Es una exposición de arte generosa, pensado para otro y no para sí mismo”. De arranque oigo que una señora le dice a otra: “Tendría que haber traído a mi sobrino”. No es tan grave, pienso.

Música de cucharitas en Eldor - 1994

Música de cucharitas en Eldor – 1994

La obra

Gran parte de la reelaboración personal que hizo Gordín de tapas de comics, libros infantiles y revistas pulp de ciencia ficción de los años 20, está exhibida en la retrospectiva. Viendo todas las obras juntas, parecen parte de una rutina artesanal, guiada más por la retromanía que por la búsqueda de algo nuevo. Sin embargo, en las ilustraciones hay una gestualidad exagerada y un tono crepuscular sin sol que cautivan por su expresionismo llano. Se destacan las acuarelas futboleras, las tapas de Avon Fantasy Reader pintada sobre madera (parecen hechas por un Egon Schiele asexuado y burlón), Amanece en las trincheras, Dos amigos y un tesoro y The Lobotomist.

Amanece en las trincheras - 2011

Amanece en las trincheras – 2011

Muy distintas son las historietas que hicieron Gordín y Roberto Jacoby a fines de los 80 – sólo unas pocas fueron publicadas en el año 89 en la revista Fierro -, con colores primarios, personajes planos y sin movimiento, con diálogos que fluctúan entre la crítica al conservadurismo del medio artístico y el análisis sociológico.  Una comprensible y pretenciosa búsqueda contracultural frente al capitalismo grotesco y salvaje que se venía.

Presentimientos científicos - 1990

Presentimientos científicos – 1990

Con las peceras-escenarios en miniatura sucede algo distinto. Están exhibidas en una sala oscura como si fueran un espectáculo ajeno, como mágicas cajitas musicales con imágenes de museos o bibliotecas con libros cayendo. A través de este distanciamiento del espectador, la alegoría se vuelve muy evidente y la metáfora se satura. La poética de Gordín está en otro lado, en el instante, en el tiempo detenido, en el azar de las situaciones, en la luz imperfecta y uniforme de los escenarios. Como dice Rodrigo Cañete –loveartnotpeople.org-, lejos está Gordín de fascinarnos con el detalle y la minucia de los objetos y la luz. Así como la clave de las miniaturas de Liliana Porter está en la línea y los espacios vacíos, la impronta de las miniaturas de Gordín parece estar en la teatralización de las fábulas y los sueños, en la construcción de un universo autocontenido.

Preparándose para el ataque - 2008

Preparándose para el ataque – 2008

Se pueden ver otras obras, realistas, kitsch o conceptuales, dispuestas en un mismo piso como un pastiche juguetón: las maquetas de los Siete Cines y la planta de General Electric, un pingüino mutante que sostiene al artista en tamaño natural (?), un alfajor-lámpara, los Gordinoscopios (cajas opacas con mirillas donde se ve un recorte de grandes edificios arquitectónicos de Buenos Aires), la sección Lluvia (bombas de acuario que empujan vaselina líquida a través de tubitos para simular lluvia) y alienígenas trabajando como empleados públicos.

Gordinoscopios / Piscina de la calle Pontoise -  1996

Gordinoscopios / Piscina de la calle Pontoise – 1996

La obra completa de Gordín se enfrenta a una puesta “light” y a la posibilidad de ser subestimada, y sale airosa pero no indemne. El juego de visibilidad e invisibilidad, los cambios de escala y las ocurrencias de Gordín iluminan el azar de su ensoñación creadora.


Boullosa: “La nostalgia en serie es la enfermedad de la época”

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Foto: Alberto R. Roldán

Foto: Alberto R. Roldán

Por Pablo Scoufalos

Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor, periodista y crítico de rock. Actualmente, toca en la banda Gog y las hienas telepáticas y dirige el blog kaputmagazine.blogspot.com.ar.

Recientemente, publicó El puño y la letra, creación literaria y rock and roll underground a través de la editorial 66 RPM. Con una prosa romántica y precisa (una combinación muy seductora), escribe las conversaciones que tiene con los músicos y con él mismo, exige una renovación de los mitos, y demuestra su constante búsqueda por comprender y emocionarse con el rock.

- Te desconcierta y te fascina que se le preste cada vez menos atención a las letras de las canciones. ¿Te sucede con algún grupo de disfrutar su música y ser indiferente a lo que dicen? ¿Crees que el letrista debe trabajar con un lenguaje más prosaico y callejero para ser considerado un músico de rock?

No estoy seguro de que la gente sepa leer. Los veo en el metro con esos volúmenes enormes y creo que consumen algún tipo de anestésico codificado en palabras que no tiene nada que ver con lo que yo entiendo por literatura. La literatura hay que leerla, y leer es otra cosa. Y no es una cosa difícil, porque un niño puede hacerlo, pero hay que entender que implica curiosidad y un esfuerzo de comprensión que va mucho más allá del simple entretenimiento. Es una capacidad para dejar que ese ejercicio de conocimiento y comprensión te cambie la vida. Como he dicho, algunos niños ya lo tienen. Luego se suele perder o te lo extirpan. En el Rock&Roll pasa igual: como mero entretenimiento sería prescindible. Como música especialmente comunicativa y emotiva, como herramienta de indagación y como postura ideológica –lo cual no excluye la diversión, sino que la aumenta- es muy interesante. Y como literatura. El Rock&Roll es una de las ramas de la literatura. Yo sostengo eso.

Disfruto de la música de muchas bandas sin preocuparme de las letras porque ellas tampoco se preocupan demasiado del asunto. Está bien así. Sin embargo, si hay un mensaje trabajado en la canción, creo que lo lógico es ver qué dice. Hay grandes letristas en el Rock&Roll, gente que hace literatura de primera línea. En mi libro hablo de algunos de ellos. En España la atención que se les presta es muy pobre.

Creo que Dylan provocó una revolución y un problema con su trilogía ácida: descubrió a todo el mundo que se podían escribir textos de alta complejidad y calidad literaria sin dejar de ser afilado, rebelde y divertido, sin dejar de ser Rock&Roll. El problema es que todos intentaron hacer lo mismo y se encontraron con que había que tener un talento especial para ello. No todo es acumular imágenes oníricas e incluir personajes raros. Por un lado abrió una puerta, por otro provocó una riada de letristas y pseudo artistas infumables. Pero claro, el que descubre el fuego no tiene la culpa de que sus imitadores en lugar de usarlo para hacer asados decidan quemarse a lo bonzo. Hay ejemplos claros de esa manía, de esa fiebre, algunos incluso dignos: Eliott Murphy, por ejemplo, o el primerísimo Springsteen, que tenía un tono “literario” muy dylaniano, pero en pobre. Es lo de siempre: en lugar de entender “haz lo que quieras” la gente entiende “haz como yo”, y acaba en desastre. Con el punk pasó lo mismo, de manera global.

El letrista de Rock, creo, puede hacer lo que le dé la gana, pero incluso en sus momentos más excelsos no debe perder el ritmo de la calle, porque el Rock&Roll nace de la calle y del pueblo. Dylan mantenía ese aliento porque era cínico, burlón y desmitificador. Era muy punk ya antes que el punk. Pero es difícil. Pondré dos ejemplos españoles que lo tienen. Rafael Berrio, que me fascina, es un letrista refinado y literario, aparentemente alejado de la iconografía rock al uso, y sin embargo funciona, porque habla de los temas eternos de una manera muy belicosa, hurgando en la herida, y tiene una sorna subyacente que conecta con lo que el Rock&Roll plantea. Fernando Alfaro, que es otro grandísimo escritor de canciones, sólo funciona, sin embargo, de vez en cuando, porque a veces se pierde en las alturas, en las estrellas, en lo evanescente. En cambio, cuando consigue la mezcla justa es demoledor: siempre recuerdo un tema suyo en el que decía “Bienaventurados los sucios de corazón/echando cinco duros verán a Dios”. Esa capacidad para juntar lo divino y lo humano en la misma frase y hacerlo explotar es del Rock&Roll y la magnificó Dylan, el Dylan de “Highway 61”. Siempre me impresionó como empezaba ese tema: “Dios le dijo a Abraham/’sacrifícame un hijo’/Abe dijo ‘tío, debes estar de broma/Dios dijo ‘no’/Abraham dijo ‘¿qué?’/Dios dijo ‘puedes hacer lo que quieras, pero la próxima vez que me veas venir será mejor que corras’/Abe dijo ‘¿dónde quieres que se haga el sacrificio?’/Dios dijo: ‘abajo, en la autopista 61’”.

Hay que tomar la libertad y usarla con personalidad, eso es todo. Los grandes lo saben y lo hacen. Otros lo saben y no son capaces. La mayoría no lo saben.

- En el libro decís que el artista es disidente o su arte muere, que de alguna manera la distancia entre el estado y artista-intelectual es violenta y necesaria. ¿Qué concepción política hay detrás de este pensamiento? ¿Qué cambios trajo la crisis en la vida cultural española?

Creo que la mayor parte de artistas desearían que el mundo se fuera al carajo para empezar otro. Por supuesto no tienen ni idea de cómo empezar otro pero comparto su deseo de que se vaya al carajo. Creo que hay un punto antisocial en el artista pero que en cierto modo su oficio ayuda a que se resocialice y no vaya por ahí pegando tiros. Veo el arte como una tercera vía entre la ascesis y el terrorismo. Una manera útil y menos dolorosa, más positiva de aunar esas dos pulsiones que subyacen en numerosas almas sensibles y decir “sí” en lugar de decir “no”. O al menos transformar el necesario “no” con el que, como decía Camus, nace la rebeldía, en un elemento de construcción, en un elemento positivo.

Desde el momento en que el artista siempre se construye a partir de una sensibilidad exacerbada, esa sensibilidad le permite apreciar con más viveza la belleza del mundo y su fealdad. Es decir, es más sensible a las contradicciones, los absurdos y las injusticias de la misma manera que es más sensible a sus opuestos. A partir de ahí, le es imposible estar de acuerdo con ningún establishment. El grado de desacuerdo puede ser variable, pero un acuerdo total con el sistema te desacredita como artista, en mi opinión. Y creo que la idea de que el arte es la búsqueda de la belleza es una falacia burguesa usada para controlarnos. Creo que lo que el artista busca es la verdad. La belleza y la diversión son consecuencias de esa búsqueda que nos indican que vamos por el buen camino. No me refiero a una verdad absoluta, por supuesto, sino personal. No somos curas, gracias a Dios.

Ahora en España hay crisis y nos parece que hace diez o veinte años todo iba bien, y eso es totalmente incierto. Creo que la vida cultural española ya estaba en una crisis profunda. Yo no recuerdo una época en que no lo estuviera. Así que se sigue igual, intentando sobrevivir, y haciendo muchas cosas por amor al arte. Creo que la vida cultural española es principalmente subterránea, y que toda la superficie no vale gran cosa. Las universidades, por lo general, son unos pudrideros. La música y la literatura mainstream carecen de interés casi siempre. Ni siquiera son arte, en la mayor parte de los casos, sino una especie de cosa prefabricada para consumo de sectores concretos de niños autocomplacientes. No hay una cultura crítica. O yo no la veo. Sin embargo, unas capas por debajo, se encuentran muchas cosas interesantes. Hay un cierto renacer del tejido asociativo y, en definitiva, los artistas demuestran que son gente difícil de rendir. Al fin y al cabo, si vendes televisores y no hay negocio, cambias de ramo, pero si eres artista no hay otra vía, te tienes que joder. Es la suerte y la desgracia del gremio.

En cuanto a los gobernantes, de cualquier signo, siempre se han preocupado porque la gente tenga fútbol y carezca de cultura. Eso es todo. La palabra intelectual es un insulto en este país. Aunque, por otro lado, observando a parte de nuestros intelectuales, no me extraña nada.

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-  En el libro señalás que la comparación es una muestra cabal de la incapacidad del crítico. ¿Qué otras limitaciones o lugares comunes encontrás en la crítica literaria y musical actual? ¿Qué críticos contemporáneos rescatás o lees con asiduidad?

“Suena a esto mezclado con lo otro…”.Todos hemos hecho eso alguna vez. Todos tenemos muchas limitaciones.  Los buenos las pulen y los malos las exhiben. Hacer una buena reseña de un disco, por ejemplo, es una disciplina relativamente compleja: tienes que atenerte a un espacio muy corto, contar con palabras sentimientos y mensajes que son en parte música, y por tanto difícilmente explicables excepto por aquello que evocan, no ser demasiado sesudo para quien no sabe y no ser demasiado simple para quien conoce. Mucho trabajo para algo que ni siquiera se paga, así que en su mayor parte las reseñas son simples panegíricos mal escritos. En los raros casos en que son realmente buenas creo que tienen valor casi como pieza literaria en sí. Quizá ese sea el poco sentido que les queda, en un momento histórico en el que cualquiera puede descargarse el disco o escucharlo en bandcamp y juzgar por sí mismo. El desconocimiento del idioma inglés cuando se habla de rock anglo también es un lastre evidente y muy presente en España, un país en el que hay un problema grave con los idiomas. Yo no entiendo a alguien que lleva cuarenta años consumiendo rock en inglés y escribiendo sobre ello y no pasa del “my name is…”. La falta de formación musical básica es otro lastre. Se puede ser un gran periodista rock sin saber tocar una nota, pero cierta familiaridad con la música en su aspecto práctico e incluso teórico es saludable. También hace falta vivir la música. La experiencia vital. Un señor católico practicante y abstemio con tres hijos, una hipoteca y un trabajo en un banco no me va a contar nada del Rock&Roll por mucho que quiera y que tenga una colección de 20.000 discos. Quizá pueda escribir excelentes novelas sobre el aburrimiento y ganar el Nobel, eso no lo dudo.

Dicho esto, hay muchas visiones de lo que es el Rock&Roll. Yo me crié musicalmente con el punk y la música independiente americana de finales de los ochenta y principios de los noventa, y no puedo dejar de contemplar que el asunto tiene un lado ético inevitable, como toda rebeldía. Hay quien piensa que es sólo para divertirse sin cerebro, que es sólo “es sábado noche, vamos a bailar”, pero incluso si analizas sus orígenes, se trataba de una diversión a la contra, de una diversión explosiva que denunciaba una alienación subyacente, una opresión, fuera laboral, sexual, racial o de otros tipos.

-  Escribís sobre cierta necesidad de renovar los mitos del rock. ¿Crees que el rock vive una “retromanía” en términos de Simon Reynolds? ¿Ves una sociedad obsesionada con su pasado inmediato?

He leído parte de “Retromanía”. Me aburrió bastante y lo dejé, aunque coincidía con la idea general. Creo que en el momento en que cualquier disciplina artística se convierte en una retromanía, por usar el término, muere. Igual que creo que dedicarse a replicar catedrales románicas no es arquitectura. Los archiveros y los copistas son una cosa y los artistas otra. Por eso odio las bandas de versiones, las bandas de tributo. El pasado es necesario, rico y asombroso, pero a condición de ser aplicado al presente y de servir de combustible para este, no como nostalgia empaquetable y vendible. Todos los que amamos la música hemos investigado en el pasado. Entendido como parte del presente, me apasiona el pasado, pero actualmente se usa como un arma de marketing brutal. La nostalgia en serie es la enfermedad de la época. Una de ellas, al menos.

No me gustan los coleccionistas ni los copistas, aunque admiro a quien sabe utilizar la tradición y seguir alimentándola, porque el arte no deja de ser, como decía Virginia Woolf, un trabajo común, y esa ola en mutación, que recorre las épocas, es lo más interesante, quizá, si lo observamos con perspectiva. El manierismo es prescindible. Lo kitsch, según lo definía Kundera, es repugnante. Y es difícil pasear por el Rock&Roll sin caer en lo manierista y lo kitsch, porque se alimenta mucho de iconos y clichés, no siempre de manera inteligente. Te descuidas y eres Mötley Crüe (con suerte) o su equivalente en una ciudad de provincias española (con pésima suerte).

-  Afirmás que actualmente en España la música es social o es personal, se es lírico o se es militante. ¿Por qué crees que es así? ¿Pensás que es una característica de la música europea?

No, los ingleses han sido capaces de aunar lo social y lo personal de manera muy brillante. Pienso en Julian Cope, en Joy Division, en muchas bandas de punk, pero también de pop, como The Housemartins o The Smiths en su momento. O en Billy Bragg. Hay muchos ejemplos. Si escuchas cosas como “Irish Blood, English Heart” de Morrisey, te guste o no el mensaje, se ve muy claro: gancho pop, perspectiva personal y crítica social, todo en uno. No sé en el resto de Europa. En España rara vez hemos conseguido aunar ambas vertientes. Tendemos a ser panfletarios o “románticos”. Roberto Iniesta, de Extremoduro, lo consiguió. Él decía “hago canciones de amor y guerra”, y era cierto. Independientemente de que sus maneras musicales eran relativamente toscas y estereotipadas al principio, me sigue pareciendo uno de los últimos grandes mitos por derecho del rock español. Ahora, con la crisis, parece que hay un intento de retorno a lo social por parte de algunas bandas que nunca lo tocaron, y suena impostado. Ahora es “cool” cagarse en el presidente, como si hubieran faltado razones alguna vez para cagarse en cualquier presidente. Hace quince años tocar lo social era “anti-cool”, al menos entre la escena independiente. Quizá nos cuesta hablar de lo que sucede porque lo que sucede siempre es muy feo y es difícil de tratar. Es una tara que no hemos superado. Las alambicadas traducciones de Shakespeare que leía mi padre hace muchos años ya mostraban eso: la manía por la “grandeza” que se asociaba a lo artístico, aún a costa de traicionar al original. La confusión de la grandeza real con las palabras ampulosas.

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- En el libro se trata mucho el tema de la inspiración, la canalización y los métodos de escritura de los músicos. ¿Tenés una musa etérea? ¿Cuál es tu método a la hora de leer, escribir, componer?

Siempre digo que un poema se escribe en cinco minutos y en los veinte o treinta años que llevas escribiendo. Hay momentos de claridad, desde luego, pero necesitan que la tierra esté abonada con años de trabajo. Por eso se escribe mejor cada vez. Aprendes no sólo una cierta técnica que es sólo tuya, sino también una manera de posicionarte para que la cosa fluya de manera natural. Sigue sin resultarme fácil. Por ejemplo, escribo mejor en momentos de cierto agotamiento, las ideas fluyen más libres, pero claro, en esos momentos el lapso de trabajo posible es muy corto. Como en todas las artesanías, hay una parte de intendencia, otra de orfebrería, otra de estructura y una de idea que lo rige todo. El problema es que el escritor tiene que hacer todos los papeles y suele volverse un poco loco después de un tiempo. Esa es la gracia, supongo. Creo en el trabajo, lo cual es una putada. Preferiría esperar a la musa tomando dry martinis y dictárselo todo a una secretaria cuando apareciese. La vida es buena pero no es nada justa, decía Lou Reed.

En cuanto a leer, lo considero todo material de trabajo. De cualquier libro se pueden sacar ideas buenas, y cuando uno está centrado en escribir algo, a veces parece que cualquier libro que escoja termina refiriéndose al asunto. Es un fenómeno muy curioso. Soy un lector fragmentario, irregular y caprichoso, instintivo. Tengo muchas lagunas. Intento aprender a relacionar. La relación entre disciplinas es clave y se le da poca importancia.

Y en cuanto a lo de componer, suelo tener un par de estrofas que se me han ocurrido, invento una línea de bajo en la que encajen y a partir de ahí desarrollo y confío en que el resto de la banda aporte lo que falta y entienda la energía particular de ese tema. De todas formas, es punk, no hay que romperse mucho la cabeza para hacerlo, aunque creo que pocos pueden hacerlo realmente bien. A veces ves a músicos muy técnicos acercándose al punk y te das cuenta de que, sobrándoles oficio, les falta algo. Quizá sean todas las horas en las calles que no tuvieron porque estaban estudiando, no sé. La técnica y el corazón no suelen ir de la mano, aunque cuando alguien tiene ambas es algo tremendo. En todo caso, Johnny Thunders no podía hacer lo que hacía Beethoven, pero lo cierto es que Beethoven tampoco hubiese podido hacer lo de Johnny Thunders. Creo que el estilo, la actitud e incluso la estética tienen una importancia determinante en el Rock&Roll. Creo que una ética necesita una estética (o varias, o una negación de la estética, al menos, que ya es una estética) y el Rock&Roll, en el fondo, es una reacción ante determinadas imposiciones, y por tanto, una ética, por rudimentaria que sea en ocasiones.

- Elegiste abordar diez grupos under de habla inglesa. ¿Ya tienes la lista de grandes letristas hispanohablantes? ¿Cuáles son tus músicos o grupos mainstream preferidos? ¿Quién de ellos tiene las letras más cojonudas?

Quiero hacer un libro sobre letristas hispanohablantes, que no será igual, porque no quiero hacer una segunda parte ni nada parecido…  Sin embargo he de reconocer mi ignorancia sobre la música actual en español fuera de España. Es una laguna que no dice nada bueno de mí. Hay una barrera cultural y España  e Hispanoamérica se han dado la espalda siempre, en cierto sentido, y supongo que yo soy parte de ese error. No sé apenas nada de música argentina underground actual, por ejemplo. Es algo que debería solucionar.

En cuanto al “mainstream” aquí, no tiene ahora mismo el más mínimo interés para mí. Los que van de rockeros en ese ambiente son ejemplos de algo que es cualquier cosa menos rock. Hay poca gente digna, y la que hay es tibia. No hay rabia, no hay nervio.

Yo digo siempre que mi libro no es un canon de los “diez mejores” ni nada parecido. Aborrezco las listas y nunca las hago. La elección la hice como ejemplo, asumiendo que cada uno elegiría a otros diez pero que los míos valían para sostener la tesis y aportar puntos de vista variados. Si tuviera que elegir ahora a unos cuantos letristas españoles que me motiven y me parezcan clave, ahí estarían Rafael Berrio, Javier Colis, Fernando Alfaro, Jorge Ilegal, Josele de los Enemigos, Corcobado, Roberto Iniesta, Jota de Los Planetas, quizá Manolo García, aunque su música no me diga gran cosa, por la capacidad que tuvo de definir al país y conectar con la gente de base sin perder estilo; quizá Joe Crepúsculo, porque su sarcasmo me hace gracia y define a una generación, Pablo Cobollo, Rosendo, por su persistencia y lo que significó hace años… y sin duda alguna Albert Pla. Albert Pla me parece una rara avis, un letrista descomunal y un personaje a reivindicar. Me interesa también alguna gente que no canta necesariamente en español pero ha llevado a cabo una reivindicación de los mitos autóctonos, como los sevillanos Orthodox, o Pylar. Hay cosas moviéndose, bastantes… por desgracia uno no puede estar en todo. O quizá sea una suerte. Tendremos que aprender a sintetizar.


La ética del borde

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 los-hombres-de-los-pantanos

 

Por Pablo Scoufalos

Los hombres de los pantanos (2011), de Federico Sironi

Expreso Nova Ediciones, 62 páginas, $60

Los hombres de los pantanos es el retrato de diez lúmpenes porteños que se reúnen en un banquete final. No es una novela, no es un sainete criollo, es más bien un catálogo. Parece un libro infantil a mitad de camino. La otra mitad del camino es la búsqueda liberadora del equívoco y la confusión, indispensable para que se filtre el amor en las mini-biografías de estos personajes amorales.

Lo que une a estos personajes va más allá de la ética y la estética del fracaso, tiene que ver con ser y no ser. Son auténticos borders, entran y salen del sistema productivo, son civilización y barbarie en un mismo cuerpo pantanoso. Pueden hablar varios idiomas, pueden ser brutales cocainómanos, alguno podría ser un boceto de un personaje de Marechal. Pueden ser muchas cosas. (“Podría ser un gran guía turístico, un buen abogado, un buen crítico de rock, pero no le gusta trabajar”).

La falta de integridad de los personajes y de la estructura del texto de Sironi son un descuido conciente, un buen recurso humorístico. Rumores, acusaciones y aclaraciones absurdas del narrador componen los perfiles de los personajes a través de oraciones cortas y un lenguaje llano. La máscara (lo social) y el rostro (el individuo) no pueden separarse, y lo convierten en un retrato entre grotesco y cómplice. Existen personajes como el “El Ministro”, un “Rocambole moderno”, empleado público con nueve trajes: “A diferencia del Ladrón de Agua, es valiente, aunque muchas veces puede equivocarse, como todos. Ama y fue groupie de Charly García en su peor momento”.

Lo decepcionante de este breve libro es el banquete final o “Asadito frío”. Es el momento en que se reúnen los antihéroes: “El Hombre Bombacha”, “Míster Músculo”, “El Acertijo”, “El Rey del Rock”, “El Ladrón de Agua”, “El Ministro”, “Teletubi”, “Orson”, “Charles” y “El Viudo”. Se reúnen en un parque de Buenos Aires para después separarse y perderse en el pantano. Es acertado que en el diálogo que hay entre ellos no se distinga quién dice qué cosa, porque en el fondo son una misma cosa, pertenecen al mismo catálogo. El problema está en las frases y reacciones tal vez demasiado prudentes de los personajes, que les quita complejidad y ternura, y deshilachan el cierre extrañamente épico que soñábamos para ellos.

 



El manifiesto de la confusión

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la pija de hegel

Por Pablo Scoufalos

La Pija de Hegel (2014), de Maquina de lavar

Editorial Pánico el Pánico, 82 páginas //

Máquina de lavar es un grupo de seis mujeres (Marina Mariasch, Florencia Monfort, Marina Gersberg, Josefina Bianchi, Noelia Vera y Majo Moirón) que desde 2010 escriben poesía que dan a conocer en lecturas y eventos culturales en Buenos Aires. Este año, “Pánico el Pánico” público La pija de Hegel, el primer libro de poemas de este colectivo literario.

“¿Cómo se cruzan sufrimiento y clase?”. En esa línea tal vez está el motor del libro, su hilo conductor. Poemas “honestos” y caóticos, llenos de tedio dominical, relaciones disfuncionales y conciencia de clase. Una catarata de imágenes inconexas dentro de una atmósfera de resistencia border, estímulos fragmentados por el capitalismo y el desamparo del amor.

En el prólogo, el escritor Ezequiel Alemián reivindica el ritmo de los poemas y su estilo “confuso, impuro y heterogéneo”. “Me gusta pensar que La Pija de Hegel es un libro epocal, casi un manifiesto, sobre el capitalismo financiero”, dice Alemián.

Si bien es cierto que en un primer momento de lectura parece atractivo el ritmo de sus líneas y el desparpajo de su caos emocional, van pasando las hojas y ninguna imagen prevalece frente a otra, las palabras comienzan a mostrarse pretenciosamente desconectadas. Incluso los poemas no parecen construirse a partir de una imagen y de esa manera no avanzan, les falta carnadura. Ni siquiera se siente la crueldad de las palabras, el destrato de lo no dicho. Ninguno de los poemas tiene la fuerza oculta de lo no dicho porque buscan abarcar demasiado, de esta manera se vuelven tibios y nada graciosos.

“Lástima que no sé hacer zapatos / Las mujeres cuando no son rivales / se comprenden, un frío lúcido y cierto orgullo también / el orgullo de ser un cuerpo exigente. ah que me perdonen / los que no tienen qué comer; lo que me salva / es que éstos no son los que me leen”.

Sin quererlo, Máquina de lavar sutura el círculo del hombre moderno argentino, su vida social y espiritual. Limita su horizonte, sugiere un mundo conocido donde no hay resquicio para ningún elemento fantástico. La culpa la tiene sobre todo su humor o su falta de humor. Falta algo que permita describir el mundo de nuevo, expandir el horizonte de la neurosis creativa de este grupo de mujeres. Tampoco aparece lo brutal, lo ominoso, o tal vez esté pero se diluye entre tanto revuelo de palabras y reacciones.

Máquina de lavar en el MNBA

Máquina de lavar en el MNBA

El mismo Ezequiel Alemián dice sobre la obra : “No se reconocen valores, los momentos se suceden de manera azarosa, y más que lo bien o mal hecho se prioriza la facultad de adaptarse”. Ahí se cristaliza el transfondo kirchnerista, en la reivindicación de la mutación amoral del peronismo y en el regodeo del amor impuro y combativo: poemas sobre personajes que no tratan dulcemente a la vida sino que se la cogen salvajemente. Como Nilda Garré, en el poema “Chichita Copello”:

“doble espía, de día con Massera al frente, / de noche en bata en el batallón / te diste el lujo de ser una crónica política / de primeras líneas, dicen que solita / te clavabas una pizza / te dicen guacha por compararnos / con beleza brazil, con el estadio azteca / donde matan por menos, ruedan cabezas / a vos te aceptan en todas las bancas…”

¿Por qué fracasa La Pija de Hegel? Porque no hay invención, porque juega caprichosamente con las palabras y corta cualquier búsqueda de sentido que pueda conmovernos.


Lula Bauer: “A la fotografía le hace falta un espacio de reflexión importante”

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Lula Bauer (por Luis Andrade)

Lula Bauer (por Luis Andrade)

Por Pablo Scoufalos y Luis Andrade

Lula Bauer (Buenos Aires, 1979) es fotógrafa y una de las fundadoras de la galería Santa, en el Patio del Liceo. Hizo muchos laburos para músicos  (algunos de ellos publicados en medios como Rolling Stone, Página12, Clarín, Hecho en Buenos Aires) y hace ocho años da cursos en centros culturales y de forma particular. El año pasado publicó una nota en Página12 sobre una foto de Geraldine Barón, la cual tuvo una gran repercusión. Dice que “la fotografía es una de las disciplinas artísticas más golpeadas y ridiculizadas” y  que hace falta que se oiga la voz del fotógrafo. A sus alumnos les pide que piensen menos en la técnica y que salgan del lugar común: “cuando entienden el mundo de la fotografía, entienden la presión que significa”.

¿Cómo arranca la galería “Santa”?

Nosotras empezamos Santa más que nada para que nuestros amigos tuvieran un espacio para exponer, independientemente de a que se dedicaran. Con el tiempo fuimos aprendiendo porque ninguna tenía experiencia curatorial ni había tenido un espacio antes, y tampoco nos conocíamos tanto entre nosotras. Nunca pensamos en hacer una galería comercial ni hacer plata con las obras, ni siquiera que haya coherencia entre una muestra y la otra. Íbamos haciendo lo que iban apareciendo, cosas que nos iban proponiendo nuestros amigos o cosas que se nos ocurrían a nosotros. Fue una improvisación.

La mayoría de los fotógrafos se dan a conocer por Internet. ¿Qué es lo que da tener un espacio para exhibir fotografía?

El encuentro con la gente. No es lo mismo tener un Tumblr, Facebook o en una página que tener un espacio físico concreto.

¿Se venden obras?

A veces sí. A nosotros no nos interesa tanto pero sí que el artista venda para que pueda recuperar la inversión del material, enmarcar, etc. El espacio se sostiene con el alquiler de los talleres, los ingresos de Santa vienen más por una cuestión administrativa que artística. No nos interesa mantener el lugar desde la presión de vender obra. Hubo muestras que vendieron siete obras de un artista. La satisfacción no viene por lo monetario sino porque la obra del artista que elegimos ahora está en la casa de siete personas diferentes.

En los espacios legitimados, en las grandes galerías, en ArteBA, en Buenos Aires Photo, se ven muchas imágenes y poca fotografía. Se percibe mucha imagen virtuosa pero con una metafísica pobre, con metáforas evidentes. ¿Compartís esta visión?¿Por qué crees que sucede esto?

La fotografía siempre fue una disciplina polémica por el fácil acceso y la masificación, que hacen más difícil definir cuál es una buena foto y cuál no. Tiene que ver con la construcción emocional de cada uno. Creo que es un universo tan complejo, es muy difícil determinar por qué sucede eso. Yo me siento muy fuera de eso, de ese espacio elitista porque siento que el tipo de fotografía que hago no aplica a eso. Por ejemplo, participé de una beca y cuando vi quién había ganado, dije: yo no entro en la concepción de lo que el arte debería ser. Mi fotografía es clásica, no innovo, no trabajo con otras técnicas, no entro para ese tipo de contexto.

Pablo Grinjot (por Lula Bauer)

Pablo Grinjot (por Lula Bauer)

Decís que tenés un estilo clásico. ¿Crees que hay corrientes fotográficas? ¿Hay estilos definidos dentro de la fotografía?

Es muy difícil de encasillar, de identificar la fotografía con un período o un movimiento como sucede con la pintura. Sí está el fotoperiodismo, que vino a romper una fotografía mucho más ilustrativa, después llegaron los surrealistas que vienen a romper lo del fotorreportaje. Veo más un rompimiento que una clasificación porque se abre demasiado.

Muchos fotógrafos recurren a gente de Letras u otras disciplinas para armar su catálogo o un ensayo sobre su obra ¿Por qué crees que sucede esto? ¿No les interesa pensar la imagen?

Es muy difícil tratar de explicar tu obra, es muy difícil explicar algo que sale como una pulsión. Creo que el fotógrafo no tiene el hábito de escribir. Marcos López dice que el buen fotógrafo es el que escribe. Creo que ayuda la mirada de alguien. No tiene porque ser otra profesión pero puede ser un amigo que tiene otra mirada, otra sensibilidad, y el otro puede completar algo que uno no puede explicar. La fotografía es tan dura, no tiene movimiento ni desenlace, es un recorte duro del tiempo. Tuve la posibilidad de hacerlo, de escribir algo de una obra que no era mía, y claramente yo al ser fotógrafa hablaba desde lo que hago. Eso despierta un ejercicio de pensar la fotografía hoy cuando esta tan complejizado el tema de imagen y foto, que no son lo mismo.

Estás hablando de la nota que salió el año pasado en “Radar” (Página 12) sobra una imagen de Geraldine Barón.

Sí. Escribirla me llevó mucho tiempo, me angustió un montón y la respuesta que tuve de esa nota fue increíble. No están acostumbrados a que un fotógrafo hable y diga qué le pasa. Hubo un reconocimiento de varios fotógrafos que decían “me siento igual cuando hago fotos”. Esa es la mejor devolución.

¿Tuviste respuesta de Geraldine Barón?

Sí, somos muy amigas. Ella vive en Nueva York y no lo podía creer. Ella hace cine, yo le digo que es fotógrafa. Es muy buena en lo que hace, en las dos disciplinas. Esa nota nos hizo mucho más amigas que antes.

"Las alas invisibles" (Página12, por Lula Bauer)

“Las alas invisibles” (Página12, por Lula Bauer)

Vamos a tu trabajo como docente. Hace unos años venís dando cursos específicos como autorretrato, fotografía de personas, fotografía musical. ¿Por qué la especificidad?

Di clases de algo más general y me aburre. No me gusta dar clases de algo que no me apasiona, me genera mucha angustia. No vengo a explicar cómo se hace foto sino para que cada uno encuentre su forma de expresarse. Prefiero dar clases de lo que hago, hablo desde la experiencia personal. Aprender a usar una cámara lo logra cualquiera con un tutorial y un manual. El fotógrafo es un ente solitario que no suele compartir lo que siente cuando saca las fotos. Parecía interesante abarcar esa especificidad porque también me permite crecer a mí de lo que hago. Yo aprendo un montón con mis alumnos, se arman debates filosóficos y emocionales. En esa reflexión con ellos crezco también en mi propio trabajo.

Vi que hay por ejemplo un curso de “fotografía de rock en vivo”. Pareciera que se busca la mayor especificidad posible para encontrar un mercado, como si esto diera un valor agregado, buscan ocupar espacios que no están ocupados…

Puedo ver colegas que tienen eso pero no dura mucho. Para mí si no hay pasión concreta y pura se termina agotando eso. El que hace fotos de concierto toda su vida termina odiándolo. Es lo que me pasó a mí. Entré por ese canal, conocí músicos, sentí que iba ganando espacio hasta que dije qué estoy haciendo si esto no me genera ningún tipo de contacto o comunión con el otro. El músico en el escenario no tiene idea de lo que estoy haciendo yo allá abajo.

¿Hay lugar para la crítica en tus clases? ¿Te interesa la crítica fotográfica?

Me interesa la autocrítica de ellos mismos. Les doy una guía para que después entiendan la diferencia entre una foto de descarte y una que tiene algo. Sí trato de hacer una limpieza del fetiche del alumno, desde el humor trato de sacarlos del lugar común. He hecho llorar alumnos en clase y no está bueno, pero después vuelven con mejor material. Todo desde el amor pero es dificultoso enseñarle algo al otro. Les enseño que sean críticos con su propio trabajo. Lo más difícil para los alumnos es darse cuenta que lo que antes disfrutaban haciendo porque no tenían tanto conocimiento después lo empiezan a sufrir, y cómo sostener esa angustia y ese sufrimiento de estar consciente todo el tiempo que lo que hacen conlleva un montón de cosas. Encuadre, lo emocional, la distancia. Cuando entienden el mundo fotográfico, entienden la presión que significa.

Enseñar autorretrato puede ser delicado.

Sí, porque tratan de temas muy personales, porque cada uno se expone a la mirada de los demás. Es mucho más delicado que con los retratos. El otro está trabajando con sus propios miedos y fantasmas. Trato de encontrar un equilibrio entre la devolución técnica, artística y emocional. Hay que tener cuidado cómo uno lo dice.

El dúo de "El Poder Oculto" (por Lula Bauer)

El dúo de “El Poder Oculto” (por Lula Bauer)

¿Cómo sería hoy tu lectura entre esta aparente separación entre lo técnico y la mirada del fotógrafo, de esta dificultad del fotógrafo de mostrar cuál es su mirada?

Para mí la técnica dentro de la fotografía no debería existir, debería estar invisibilizada. La técnica viene a enfriar la mirada del fotógrafo. Si yo me pongo a explicar técnicamente qué hago es un embole, no le interesa a nadie. Cuando vas a dar una charla con alumnos lo primero que te preguntan es qué cámara usas, es algo que los suele obsesionar como si fuera algo por encima de la foto en sí. Hay fotos que técnicamente son malísimas pero la mirada lo dice todo.

¿Los alumnos no saben qué preguntar?

Tienen miedo de preguntar entonces van por lo seguro. La fotografía es una de las disciplinas más golpeadas y ridiculizadas, no es como la pintura qué exige cierta técnica, conocimiento, buena mano. Hay una idea de cierta liviandad del fotógrafo, “cualquier saca una foto”. Por ejemplo, veo en Facebook que ponen “qué tremenda foto”, se trata con una liviandad la cuestión de la imagen, se hace tan difícil decodificar cuál imagen es buena y cuál no que si nos ponemos a abordarlo desde la técnica lo único que hacemos es reforzar eso, que una foto que está bien resulta es una gran foto y en realidad no lo es. O no tiene una carga simbólica y emocional que pueda modificar a la gente.

¿Por qué acá hay tan poca crítica en el área de la fotografía? En Google no encontramos ni un taller de crítica fotográfica ni nada parecido.

Me parece que más que crítica sería reflexión fotográfica. Hay algo del mundo virtual que degenera un poco todo. A la fotografía le hace falta un espacio de reflexión importante, es cierto. Cuando me convocaron para escribir la nota en Radar me puse contenta porque sentí que faltaba algo así, un espacio de reflexión. Y la repercusión que tuvo también me hizo reforzar esa idea. Había gente twitteando las frases de la nota. La gente sentía empatía del fotógrafo olvidado, tiene que ver con la fotografía en sí, de que el fotógrafo no aparece. Tu publican una foto en un medio y el crédito no aparece. El fotógrafo es muchas veces es como un ente fantasma pero eso también puede ser algo bueno porque tu obra puede vivir separada de tu nombre.

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¿Qué fotógrafos locales o extranjeros te gustan más?

Trato de no ver mucha foto. Salvo lo básico que sé. Investigo un poco y dejo. Me gusta mucho Geraldine Baron, que para mí es muy grossa en lo que hace. Está Ezequiel Muñoz, para ya dejo un poco la foto. Me parece un poco contaminante estar todo el tiempo en contacto con la imagen, me agarra claustrofobia. Pasa lo mismo que el músico que es hiper melómano, terminás poniéndole etiqueta a todo lo que hacés. No digo que esté mal ver pero no tengo el impulso de ver todo el tiempo foto. Cuando doy clases sí estoy buscando referencias, investigo, le muestro a mis alumnos y después me olvido.

¿Qué relación tenés con la escritura?

Estoy tratando de escribir un libro, estoy estudiando, estoy haciendo pequeños ensayos. Parte de la nota sobre Geraldine viene de ese proceso. Los libros más famosos sobre fotógrafos no están escritos por fotógrafos, están escritos por filósofos, semiólogos. Hay una ausencia de la voz del fotógrafo escribiendo. Lo que escribo tiene más que ver con el orden poético, desde el ensayo pero viendo lo que me pasa a mí con la fotografía, no tanto de una universalidad. No vengo a hablar sobre qué es la fotografía sino lo que me pasa a mí.

¿Partís de una imagen para escribir?

Parto de la ausencia de la imagen, como si yo sintiera que completar con palabras esa imagen que no puedo o cómo completar esa imagen que ya existe con algo literario.


“Si el objetivo es que tu foto esté colgada, no puede haber autocrítica”

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marina quiroga

Por Pablo Scoufalos

Marina Quiroga (1984) es fotógrafa y le interesa reflexionar sobre el poder y la manipulación de las imágenes. Dice que separa tajantemente su trabajo comercial de su trabajo artístico. Estudió con Daniel Tubio y ahora quiere que sus propios alumnos “sean críticos con lo que hacen”.  Admira profundamente al fotógrafo cubano Abelardo Morell y asegura que un libro de Susan Sontag le hizo cambiar su percepción sobre la fotografía. Quiere fotografiar toda su vida y afirma: “en la fotografía está todo hecho, la diferencia siempre está la mirada de uno”.

¿Por qué sos fotógrafa? ¿Qué es lo que te apasiona de la fotografía?

Arranqué a hacer fotos cuando estaba en el colegio, vivía en San Fernando. Fui a un lugar en Béccar donde estaba un loco, Pedro, que daba historia de la fotografía y laboratorio. Aluciné con el laboratorio pero nunca pensé que iba a terminar haciendo eso. Cuando terminé la escuela me puse a estudiar diseño. Me decidí a hacer fotografía tres años después. En diseño había elegido una materia optativa de fotografía en la cual tuve un profesor que después fue uno de mis grandes profesores y un gran amigo, Daniel Tubio. Tuve una materia con él y dije: ¿qué estoy haciendo con diseño? Quiero hacer fotografía. Ahí empecé a estudiar, después me fui a España y cuando volví me puse a estudiar con Daniel. Cuando me decidí por la fotografía lo que más me llamaba la atención era la fotografía documental. Pensaba la fotografía como una herramienta para dar voz a gente que no la tiene. Me fui a Europa con toda esa utopía y se me bajó de un hondazo. Antes de irme, un amigo me dio un libro de Susan Sontag, “Ante el dolor de los demás”, y cuando lo leí me empecé a cuestionar hasta qué punto la fotografía era una herramienta para cambiar cosas con las que yo no estaba de acuerdo.

¿Cambiaste tu forma de percibir la fotografía?

Me empecé a cuestionar muchas cosas, y me generó incomodidad fotografiar esas situaciones. Entendí que una imagen puede no contarnos la realidad, que puedan contarnos otras cosas. Hay una imagen muy conocida que sacó un fotógrafo de Clarín en la Marcha por la Vida del 82, donde una madre de un desaparecido empieza a putear a un milico y el tipo para que no lo escrachen la abrazó. Cuando el fotógrafo presentó el rollo creía que no iba a ir esa foto pero en la redacción le dijeron que sí. O cuando Clarín sacó lo de “la crisis causó dos nuevas muertes” y en la foto se ve a Maxi Kosteki en la estación y el policía que lo mató. La gente ve la foto y sigue.

¿Cómo son tus talleres de fotografía?

Arranqué medio de casualidad, para dar clases en la 21 de Barracas. Antes había dado clases asistiendo a Daniel Tubio en la FADU pero era la primera vez que tenía a cargo una clase. Me propusieron que arme un taller de fotografía anual y por una cuestión de escasez de materiales propuse dar un taller de estenopeica. En ese punto empecé a intervenir desde otro lado y salir de la instantaneidad, sobre todo para los adolescentes que no tienen idea lo que es un rollo. Para que pueden entender un poco más del proceso fotográfico, y entender que para sacar una buena foto no se necesita una buena cámara sino esfuerzo y una búsqueda personal. Estuve tres años dando ese taller.

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¿Hicieron muestras a partir de ese taller?

Hicimos en el lugar, nunca pudimos lograr salir de ahí. Pero estuvo interesante lo que generó, poder bajar las ansiedades y que piensen por qué sale así una foto. Seguramente después ninguno vaya a hacer estenopeica y eso no importa. Lo que importa es que puedan analizar el proceso. Está bueno romper con lo de la publicidad, la foto perfecta, los filtros, Instagram, Photoshop. La estenopeica es una herramienta más, accesible e interesante. Creo que debemos pasar por esta experiencia alguna vez.

Pero uno no puede hacer una cruzada contra lo digital y lo accesible. ¿Cómo les decís a tus alumnos que opten por otra opción?

El principal problema es no ser crítico con lo que hacen, que no piensan cómo hacen las cosas, no ven la escena, la luz. Por eso creo que se debería pasar por la experiencia estenopeica, uno arma la cámara, influye en la imagen desde el primer momento.

¿Qué pensás cuando en las redes sociales dicen “qué buena foto” con tanta liviandad?

Y son todas iguales. La realidad es que hay modas. Para mis laburos comerciales me piden filtros muy conocidos y eso para mí es mercantilización. Por un lado está eso y por otro lado está mi obra. Lo divido.

En las galerías, en grandes muestras y festivales de fotografía hay muchas imágenes virtuosas poco originales, que parecen réplicas de otras fotos. ¿Lo percibís así?

Yo ni voy a ArteBA, por ejemplo. De repente hay cosas buenas, claro, pero el mercado del arte no tiene mucho que ver con el arte. Cuando a un fotógrafo le empieza a ir bien con algo, se tiene que atar a eso para seguir vendiendo. Es su forma de hacer que funcione. No es que esté mal o bien pero uno se encasilla y se transforma en una moda. En la fotografía está todo hecho, lo que hace la diferencia es la mirada de uno. Si vos esa mirada la copias de otro, ya no hay nada.

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¿No te parece que hacen faltan espacios de crítica o reflexión sobre la fotografía?

Yo los he tenido a esos espacios. Donde me muevo yo, existen. No estoy en el mundo de las galerías. Cuando volví de España, con Daniel (Tubio) armamos un grupo, era un espacio para reflexionar y en base a eso hacer una producción. Es cierto también que en otros talleres más prestigiosos que he ido no pasaba tanto por reflexionar sino más en producir algo que sea vendible, y eso ya no me interesa. Si el objetivo pasa a ser que tu foto esté colgada, no puede haber autocrítica. Si uno se sale de eso, ahí puede haber lugares para la crítica.

¿Exponés, vendes fotos?

Sí, expuse, vendí y vendos fotos. Pero la diferencia es que no hago fotos para que se vendan. Si a uno viene y le gusta, yo feliz. Pero la intención es otra. Para vender y hacer plata trabajo comercialmente. Me pasó de que me llamen de una galería de Palermo para comprarme las fotos hipnagógicas pero querían que cambie las fotos, quería que cada foto cuente una historia. Está bueno recibir la crítica de alguien pero no me salía hacer lo que querían. Y preferí no hacerlo.

¿Qué fotógrafos locales o extranjeros te gustan, te influencian?

Hay dos fotógrafos que me encantan: Oscar Pintor y Abelardo Morell. Abelardo Morell sobre todas las cosas. Vi su muestra en el Bellas Artes hace unos años, tiene un trabajo con cámaras oscuras en distintas partes del mundo que es hermosa. Tal vez inspirado en él, hice unas fotos en donde se ven proyectadas unas diapositivas en distintos lugares. Otros fotógrafos: Marcos Zimmermann, Adriana Lestido y hay muchos más. Y después colegas más cercanos: mi amiga, mi hermana,  Josefina Jure. Ella tiene una conexión con la gente para hacer fotos que no cualquiera logra.

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Los fotógrafos no suelen hablar ni escribir. Tal vez no ven por qué hacerlo. ¿A vos te pasa eso?

Escribir le da valor al trabajo pero a veces no tiene que ser el mismo fotógrafo. Yo trato de escribir y un amigo de letras me ayuda a darle forma. Hacemos fotos, no escribimos. Por eso nos cuesta. Me siento a escribir sobre las cosas que me emocionan, sentarme a racionalizar algo y escribirlo me cuesta mucho más. Por ejemplo, durante el laburo de Villa Martelli que iba con Don Rypka había fotos que me encantaban y Rypka me dijo un día: podemos amar una foto con todo nuestro ser pero si no funciona dentro de una serie hay que aprender que no va. A mí eso me costaba un montón verlo así. Pero el tipo lo veía porque no estaba involucrado emocionalmente. Así también sucede con la escritura. Me costó aceptarlo, uno se encariña con lo que hace, pero terminé sacando la foto de la serie. Igualmente, después puse esa foto (risas). Cuando hice una muestra en España, la colgué.

¿Sos muy meticulosa con los materiales que trabajás?

Sí con el laboratorio. Mis alumnos están hartos de que los haga hacer tiras de pruebas en el laboratorio. Yo estudié y aprendí con laboratorio blanco y negro, y toda mi carrera la hice con rollo. Mi ojo está entrenado para el blanco y negro, con el color me cuesta mucho más. Cuando volví de España me involucré más con lo digital. Con las computadoras no tengo mucha paciencia, que la imagen se vea de una forma en un monitor y de otra forma en otro me costó mucho aceptarlo. Soy obsesiva con el montaje de una foto, con lo digital no porque se me va la paciencia. En un momento era muy reacia a las fotos de celular pero, por ejemplo, cuando estaba cursando con Juan Travnik una piba hizo una serie con el Iphone y si bien no me conmovió, pensé: es una herramienta más. Con Adela Salzmann teníamos la idea de hacer un proyecto para dar un taller de estenopeica en Flores. Cuando presentamos el proyecto nos dimos cuenta que no podemos evadir que la herramienta a la que acceden los pibes es lo digital. Los pibes ven publicidades y no ven muestras de fotos estenopeicas en el Matienzo. Entonces el taller mutó a fotografía estenopeica y digital.

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¿Crees que el blanco y negro puede disimular errores o disfrazar la foto de virtuosismo?

Porque no estamos acostumbrados, yo creo. Y de repente, la gente cree que es artística. Algo tan básico como eso. Hice fotos de mi sobrina y cuando hice una en blanco y negro, a todos les pareció increíble.

¿Te ves fotografiando toda tu vida?

Sí, creo que sí. Pero soy muy inquieta, hago distintas cosas. Ahora estamos con un proyecto de corto documental sobre Flores con un problema de indocumentación e identidad. Tal vez me pinta hacer una serie envolviendo cosas con papel metálico e iluminando de noche, o de repente quiero hacer fotos más clásicas.

Links:  

- marinafquiroga.com.ar

- facebook.com/MarinaF.QuirogaFotografia


La intención detrás de la foto

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Por Pablo Scoufalos

Gaspar Iwanura Lorge (1985) es diseñador gráfico y fotógrafo. Cuando se compró su primera cámara llegaba a sacar 800 fotos por día. Estudió con Alberto Goldenstein y Guillermo Ueno, y dice: “con ellos  supe más y entendí menos”. Editó su propio libro de fotos y admite ser “un poco exagerado” en la búsqueda de mantener su trabajo totalmente analógico. Afirma: “me atrae cuando veo la intención detrás de la foto”.

¿Cómo arrancaste con la fotografía?

Cuando estudiaba ingeniera informática me compré una cámara digital, una Olympus M, una chiquitita, y empecé a sacar fotos a la noche con mis amigos o lo que sea. Y sacaba 600, 700 fotos por noche. Era una locura pero no me parecía raro en ese momento. Una vez saqué 800 antes de haber llegado a la fiesta.

¿Tus amigos no te decían nada?

Después las 100 fotos ya da lo mismo (risas). Es un poco lo que hay que lograr para mí. Ahora, tengo una Mamiya RB67 e intimida más. Entonces en esta locura de sacar fotos vi un taller de extensión universitaria en la Facultad y me anoté. Ahí me dio clases Marianela Portillo, una gran artista que hacia un taller de exploración fotográfica, y no tan técnico como otros. Eso me gustó, me encontré yendo a la facultad a sacar fotos. Tal vez estaba en el laboratorio de química o nos juntábamos a estudiar análisis matemático, y yo estaba con la cámara. Al poco tiempo dejé ingeniería y me fui tres meses a Estados Unidos. Después volví y me anoté en diseño gráfico. Empecé el taller de imagen con Alberto Goldenstein en el Rojas y ahí empezó otra cosa. Supe más y entendí menos.

El año pasado hiciste tu primera muestra individual en la galería Pasto. ¿Cómo fue la experiencia? ¿Crees que hay suficientes espacios para que expongan los fotógrafos?

Es difícil encontrar espacios para exponer y sobre todo es difícil encontrar el espacio que uno quisiera para exponer su muestra. No es que uno se imagina una muestra y el espacio se adapta. Es al revés, pero no me puedo quejar: había un espacio. Elegí la iluminación: de tubo, pareja, neutra. El clima ya lo tenía la foto, copias manuales enmarcadas una al lado de la otra, nada performático, algo clásico. El ideal no era de esa manera, por eso se me ocurrió hacer un libro. El libro que hice con mis fotos es lo más representativo de mi trabajo, no una selección fina como la que hice en la muestra. En la mejor selección no encontrás necesariamente el hilo o la concentración de tu trabajo, entonces tratás de mostrar que esa foto expuesta incluye a otras tantas fotos.  En el libro está mi laburo de muchos años. Todas copias analógicas, que no son manuales pero tienen un trabajo de corrección de color en laboratorio, muchas las tuve que copiar varias veces para lograr el color que quería. Son fotos pegadas, el libro lo encuadernó Ana Paula Méndez y quedó espectacular: un objeto hermoso, sólido y contundente con el que estoy muy contento. Se llamó “Temporal” como la muestra, y por ahora todo lo que hago está dentro de esta serie, todo es parte de un único trabajo, una búsqueda que continúa.

¿Diferencias tu trabajo comercial y tu trabajo artístico?

Están separados porque no se tocan.

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Leí que formás parte de “Nuez Fotografía”, un colectivo de fotografía. ¿Qué función tiene ese espacio?

Hace un tiempo que no nos reunimos pero sigue como espacio. Somos ocho fotógrafos, algunos viven de la fotografía dando clases o talleres, Mata Matayoshi con escaneos profesionales de películas, otras dos (Belén Mesina y Luján Montes) son copistas de blanco y negro, y tiene su Laboratorio llamado Potosí. La fuerza del grupo a veces facilita la búsqueda de un lugar para exponer o para conseguir financiación para hacer una publicación impresa, como hicimos nosotros. La revista la presentamos en Pasto, en Matienzo y en Casa Presa. Imprimimos la número 0 y 1 para la última muestra en Matienzo. En ese caso la propuesta era presentar nuestra mesa de trabajo, llenamos la pared y el piso de fotos, como si fuera nuestro taller, quisimos mostrar cómo trabajamos para hacer una revista. El material del que partimos para hacerla es inmenso, nos interesaba mostrar el trabajo silencioso de la edición que por momentos es hasta más importante que el de la toma.

Una vez vi un libro de Bresson que tenía las planchas de negativos y marcaban la famosa foto del hombre saltando sobre el agua que se utiliza para hablar del momento justo en la fotografía. Cuando vi los negativos me di cuenta que había dos planchas enteras del hombre saltando. Me gustó que hayan compartido eso, sacarle algo de la magia extraordinaria y mostrarlo como un trabajador me parece un buen gesto y ayuda a entender su trabajo.

¿Conocés a alguien que viva de vender fotos?

Ninguno de los fotógrafos que conozco puede vivir de vender sus fotos, sí de la fotografía porque dan talleres u buscan otros modos de trabajar en relación a ella. Lamentablemente son pocos los que conozco que puede dedicarse completamente a desarrollar un proyecto personal sin tener que trabajar en otra cosa la mayor parte del tiempo.

¿Ves mucha fotografía?

He mirado mucha fotografía, me encanta mirar libros pero creo que hay algo de saturación cuando ves muchas fotos: pasan como una película. Por otro lado, la compu no me termina de cerrar para la fotografía artística aunque obviamente la uso para laburar como diseñador. Lo que me importa no es la imagen, me interesa algo de esa energía y creo que la compu le pone una distancia tremenda. El hecho de la película sobre el papel, con ese color, con ese grano y profundidad, es como ponerte la réplica de una persona enfrente tuyo. Si yo pudiese ir y poner la situación real lo haría. Por eso en la muestra que hicimos hace poco en Santa colgué las fotos sin marco ni vidrio, las colgué con broches. Yo trabajo sobre el color. Cuando veo que de un monitor a otro cambia el color ya no sé por qué estoy corrigiendo dos puntos de magenta o dos puntos de verde. Por eso suelto y espero que sea lo mejor posible.

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¿Tenés un proyecto fotográfico a largo plazo?

Ahora estoy tratando de hacer fotos con cita, con encuentro arreglados. Gente que ya conozco. No quiero montar escenografía, quiero ir a las casas. Todas las fotos que saqué hasta ahora son momentos de mi vida y trato de transmitirle algo de esa energía a quien la ve.

Actualmente sos docente de Morfología en FADU. ¿Darías cursos de fotografía? ¿Cómo sería una clase tuya?

Sí, lo pensé. En la clase compartiríamos fotógrafos que nos gustan, poesía y algo de teoría, como otros talleres a los que fui. El eje sería lo que hay arriba de la mesa, el material que está trayendo el alumno.

¿Qué pensás de la especificidad y de las denominaciones que hay hoy en día en los cursos de fotografía: fotografía de rock, fotografía callejera, fotografía experimental, autorretrato, etc. ¿Desconfías de ese tipo de docencia, preferís la clásica?

Yo estudié sobre todo con Alberto Goldenstein y con Guillermo Ueno, con quien más trabajé y con quién edité el libro. Creo que esos cursos específicos no son para fotógrafos avanzados, creo que son una forma de atraer a la fotografía, los que recién arrancan muchas veces no tienen ganas de sacar naturaleza muerta.

¿Cómo le decís a alguien que recién arranca que no te gusta su material?

Se lo digo. No me gusta cuando no veo una razón. Muchas veces se trata imitar a la fotografía, por ejemplo haciendo una foto del atardecer en el Cementerio de la Recoleta, teniendo esa idea cómo único motivo para sacar esa foto. Yo primero le preguntaría por qué hizo eso. Y si se quedara en silencio, le preguntaría para qué saca fotos. Quien quiera distraerse o divertirse usando la fotografía, está perfecto. A mí me atrae cuando veo una intención detrás de la foto, más allá de generar imagen.

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¿A tus alumnos le dirías saquen muchas fotos, como vos hiciste cuando arrancaste?

Sí. Guillermo Ueno planteó algo que lo recuerdo siempre. Un violinista del Colón practica 8 o 10 horas por día, ¿qué te hace creer que un fotógrafo no necesita eso? Hay que sacar uno o dos rollos por día cuando empezás.

Decís que querés ver la intención de la foto. ¿Podés encontrar la intención o la razón después de sacarla?

Puede ser. A veces no sé muy bien por qué saco algunas fotos pero siento la necesidad de sacarla. Por ejemplo, la primera foto del libro me acuerdo de estar en Ciudad Universitaria con un grupo de amigos, veo a esa chica ahí tirada y vi la foto. Me agarro una desesperación para sacar la cámara, no podía no sacarla. Sentía la necesidad de hacerla, no tengo otra explicación. Si la razón es genuina y te gustó el color del atardecer en el Cementerio de la Recoleta, andá un mes seguido y fotografiá eso, y vas a encontrar algo más de eso que te gustó. Otro ejemplo: hacer una muestra de fotografía con celular. Puede haber cosas buenas ahí pero si detecto que el foco sólo está en la técnica, mostrar lo más raro posible y no tiene otra intención, no me interesa.

¿Escribís o hablás sobre tus fotos?

Para la muestra de Pasto escribí un texto. Me gustó hacerlo pero no tengo mucho más que decir que eso. Hasta que no me agarren ganas de hacer una serie, me parece que todo lo que hago se llama “Temporal”. Trata mucho de la vida, del tiempo y el temporal, momentos de tormenta por los cuales hay que atravesar. Entiendo lo que hice en mi vida a través de la fotografía. Me pone nervioso no tener la cámara en los momentos en lo que me gustaría fotografiar, algo de no retener lo que está sucediendo me pone incómodo. Cuando saco una foto a veces tengo la cámara durante una hora, charlo y cuando se me presenta la oportunidad, disparo.

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¿Qué fotógrafos locales y extranjeros te gustan, te influencian?

Nan Goldin me influenció, un clásico para todos. Quedé marcado por su modo de fotografiar a su círculo, sus amigos, sus parejas. No me veo motivado por la generación de imagen que no me toque de cerca porque no le encuentro el sentido de hacerlo. De acá me gustan Marianela Portillo, Guillermo Ueno, Alberto Goldenstein, Matías Maroevic. Matías era de Nuez y su trabajo me interesa muchísimo siendo un fotógrafo muy alejado a mí por su concepción y su método de trabajo. No suele sacar fotos, de repente escucha un disco, lee algo que lo activó y saca diez rollos en una semana. Por momentos no lo llego a entender pero lo veo tan genuino que me conmueve.

De afuera está Matheus Chiaratti, un fotógrafo brasilero que me gusta. Y grandes de la fotografía: como dije, Nan Goldin, me gusta el relajo de Terry Richardson, Araki. El documental de Araki es buenísimo, entendí todo. Araki trabaja en un clima de total relajación  tanto él como sus modelos. Me interesaría ver cómo labura Terry Richardson, seguro mucho más canchero y comercial, pero me interesa su liviandad sin cargar mucho al fotografiado.  Terry está en esas fotos, está en la fiesta o las organiza. Eso me atrae. Otros que me gustan: Robert Frank, Wolfgang Tillsman me gusta mucho. Tillsman es muy moderno, con una edición entre desordenada, caprichosa, y buscando la relación de las imágenes. Por un lado puede hacer una foto parecida a Terry Richardson y por otro hay una fotografía de un papel verde. Cuando cuelga sus fotos, cuelga a 5 metros una foto de 2×2 metros y abajo hace una línea de 10 metros de fotos de 5 centímetros.  A veces te pone la mejor foto de todas en una foto de 5 centímetros pero no es puro fuego artificial. Hay alguno que juegan con las presentaciones pero no hay vinculación entre las fotos. Él lleva las fotos en miles de tamaños y lo monta de acuerdo al espacio, en un lugar inesperado al lado de la puerta o lo que sea. Sugimoto es otro que me gusta, un japonés que fotografió los océanos, sólo el mar, la bruma. El libro se llama “Time Exposed” y habla del tiempo que se toma. Puede haber un océano todo negro, nublado y tres lucecitas. Debe ser el libro más caro del mundo, 100 dólares y es chiquitito. Otros que se me vienen a la mente: Fridlander, Daiane Arbus.

Así como Terry Richardson se autorretrata, ¿a vos te interesa eso?

Hice un par de autorretratos. Cindy Sherman me encanta y trabajó sólo con autorretratos pero con otras cuestiones, otras preguntas. Yo me veo en la foto y no me devuelve mucho mi imagen. Prefiero que me fotografíe otro, en verdad. Cuando saco una foto suele partir de un gesto o algo que vi en un momento, no algo que imaginé. Y cuando estoy yo en la foto no puedo ver ese gesto.

¿Conocés a Vivan Maier? Una niñera que vivía en Chicago, que sacó miles de fotos, a los chicos que cuidaba, personajes del barrio…

No la conozco, pero hay algo de las fotos familiares viejas que es buenísimo. Cuando tuve que hacerle un álbum a mi mamá por sus 50 años encontré un material con una calidad fotográfica altísima. No sé qué pasaba, sin darse cuenta hacían unas cosas increíbles. Ahora no creo que haya mucho de eso en las fotos familiares.

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Dentro de algunos años vamos a mostrarles a nuestros hijos nuestras fotos de cuando éramos chicos y ya no va a ser tan emocionante, ¿no? Mucha foto con iphone.

Hay que seguir fotografiando con película. Se te caga el disco rígido o te afanan y chau. Yo no peleo contra eso igual, es ridículo. Pero con la foto digital, se reduce el error y hay millones de imágenes que te terminan de dar igual. Lo otro es papel sensible proyectado a luz pasado por químicos con filtros de color. Cuando se acerquen a mis fotos no quiero que vean el pixel, quiero que vean el grano analógico, la pincelada. No es por conservar ninguna tradición, la foto vale como objeto para mí. Es una lucha interna también, soy un poco exagerado.

¿Estudiarías con alguien que no te gusten sus fotos?

No sé, puede ser. Por ejemplo, me interesa la experiencia de cómo se fotografía. Por ejemplo, la fotografía de Juan Travnik no es lo que más me interesa pero me dan ganas de saber cómo hace, se va un fin de semana y saca una foto. Me interesa el backstage, poder ver cómo otros viven la fotografía.

Link: www.gaspariwaniura.com.ar


Barbú: “Soy un escritor de raza”

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El primer gorila escritor habla sobre su obra, su visión de la humanidad y las dificultades de adaptación en un país peronista. Declara que ha tenido trabas para expresarse libremente y que le da bronca que lo asocien con genocidas. “Los gorilas somos pacíficos”, asegura. En diciembre publica su cuarto libro, El Orador (para más información: laguaridadebarbu.com.ar)

Barbú, ¿sos el primer y único gorila escritor?

Sí, soy el primer gorila escritor pero hay otros animales artistas también.

¿Te dan celos los otros animales artistas?

No me dan celos. Hay elefantes pintores figurativos, hay otros como el gorila Koko, el que se sorprendió con la muerte de Robin Williams. Koko sabe más de 200 lenguajes de señas.

¿Te sentís identificado con Koko?

No tuve la posibilidad de conocerlo personalmente pero me siento identificado, no igual porque yo me aboco más a la escritura. Soy un escritor de raza.

¿Pensaste en ser otro tipo de artista?

Escribo cuentos, novelas, guiones, y me gustaría en algún momento escribir canciones. No componer porque creo que rompería un par de guitarras.

¿Tenés otro trabajo además de ser escritor?

Hago changas. En verano levanto equipaje, aprovecho mi fuerza. He hecho doble de riesgo también.

¿Te gustaría ser actor?

Es chocante pagarle los derechos a un gorila. En Indonesia un mono se saco una selfie y no saben de quién es el copyright. Tenés el caso de Christian El León, ya adquirieron los derechos para hacer la película. Christian es un leoncito que es adoptado no sé cómo por una pareja de australianos.  Cuando ya crece demasiado, el conservacionista George Adamson lo libera a la vida silvestre. Un año después los dueños querían verlo y la gente les decía que no era seguro que los fuera a reconocer. Y cuando los ve, se les acerca y los empieza a abrazar. Con las garras escondidas, el león es muy inteligente.

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¿Extrañas a tu familia?

Sí, los extraño y extraño la libertad. El ser humano evolucionó con la prevención de enfermedades, al descubrir la ducha, logró una expectativa de vida de 80, 90 años. Pero no vive esos 80 años, ¿cuánto tiempo pasa viajando o trabajando en algo que no le gusta? Cuando estaba en la selva los días se me hacían más largos.

¿Te sentís cómodo en Buenos Aires, en Argentina?

Argentina me permite hacer cosas que en otros lugares no podría hacer. En Inglaterra no podría salir a la calle tranquilo, presentarme al público. Además acá hay un público muy lector.

¿Te gusta vivir en Balvanera?

Me gustaría recorrer más el mundo, quiero que me lea todo el mundo y que los libros sean traducidos en varios idiomas. Ese es el sueño de cada escritor, de compartir su arte, y que te digan “leí tu libro y me hizo bien”. Si decís que escribís sólo para vos, no terminaste de definir tu personalidad, no querés salir al mundo a mostrar lo que sos.

¿Te encontraste con humanos que no entienden tu mensaje?

Sí, muchas veces me ha pasado. En campañas políticas me gritan cosas como “Ahí va Lilita Carrió” o cosas peores.

Es difícil ser un gorila en un país peronista…

De los simios, el gorila es el que tiene más fuerza pero es el más pacífico. Que te relacionen con genocidas te da un poco de bronca. También encontrás trabas. Tuve un problema en el stand del SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en la Feria del Libro. Me habían dado permiso para firmar mis libros y a último momento una persona del SADE no le gustó la idea de un gorila firmando libros en el mismo lugar que había escritores  humanos de prestigio y me negó la posibilidad. Me enojó mucho, fue de mala fe.

¿Te enfureciste, te violentaste?

Me enfurecí pero sobre todo me puse triste.

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Eso demuestra que los gorilas son pacíficos.

Sí, somos pacíficos. Un día fui a la puerta de “El Ateneo” de Santa Fe y Callao a promocionar El Narrador, que se vendía en esa librería justamente. Repartía volantes con el logo de “El Ateneo”. Se me acercó uno del lugar y me preguntó si le había pedido permiso para usar la imagen de la librería. He tenido algunos problemas con la seguridad privada pero con la policía nunca tuve problema. Yo voy a eventos que dicen “entrada libre y gratuita”, sobre todo por lo libre y al parecer no siempre es tan libre. No es que voy a vender lapiceras, me han prohibido la libertad de expresión varias veces.

¿Cuáles son tus escritores favoritos?

Me gusta el thriller, el policial, la ciencia ficción y otras cosas. Ray Bradbury,  Asimov, Michael Connelly, Paul Auster, Cortázar son algunos que me gustan mucho.

¿Hay alguna frase o línea literaria que te represente?

Hay varias. Una que siempre la uso: “sin misterios la vida carece de sentido”. Algunas muletillas para promocionarme como “en estas pascuas no rompas los huevos y comprá La Fuga del Tiempo”.

¿Qué relación tenés con las mujeres humanas? ¿Se asustan?

Les causo impresión pero también se quieren abrazar. Creo que es lo que le pasa al humano hoy en día. Lo que llaman histeria, la mujer está interesada pero no da pelota.

¿Se dejan tocar las mujeres?

Me abrazo como me puedo abrazar con vos.

¿No te seduce ninguna mujer?

Me seduce por su forma de pensar y porque no deja de ser una hembra. La mujer está llena de secretos.

¿Qué extrañás comer?

Los gorilas nos alimentamos de follaje, estamos comiendo como 10 horas por día, como 30 kilos de plantas y de cañas de bambú para sacarles el azúcar. Cuando vine acá al principio iba al baño todo el día por el cambio de alimentación, después mejoré. Allá tenía todo al alcance de la mano, la heladera me cuesta.

¿Probaste la carne?

La probé en África con los insectos porque los follajes están llenos de insectos. Acá probé la empanada de carne. Me dijeron tomá esta empanada y yo no sabía de qué era. Después me dijeron que era carne de vaca y les dije que a mí no me gusta comer animales. Pero yo sobre todo estoy en contra del hombre que mata para vestirse, por moda. Por suerte el furor de usar tapados de piel ya fue. Al único que podría tolerarle eso es a un esquimal porque el esquimal cuando está viejo, cuando ya no tiene fuerzas, abandona la familia y se pierde para ser devorado por un oso polar. Es como un intercambio que tienen entre los esquimales y los osos polares. Lo leí en El juicio de los animales, de Jorge Ledesma.

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Una cosa es arriesgar tu vida para comerte un animal y otra es la matanza sistemática de animales. ¿Cómo lo ves?

Yo creo que en el día a día nos estamos arriesgando. Creo que es más fácil cambiar el sistema económico que el alimenticio.

¿Sabías que cada argentino come alrededor de 60 kilos de carne por año? ¿Crees que influye en su comportamiento?

No estaba al tanto de esos datos. No sé si hay relación entre el consumo de carne y el comportamiento. Los latinoamericanos son de por sí sanguíneos.

¿Qué te enoja mucho?

No encontrar objetos.

¿Tu momento de paz?

Tengo dos momentos. Creo que la máxima paz la logro cuando estoy escribiendo y siento que no estoy escribiendo a la vez. Que estoy tan detenido poniendo palabras que me olvido que estoy escribiendo, que hace calor, frío, o que la comida está en el horno. Y otro momento de paz es cuando tengo un ocaso o un amanecer.

¿De qué se trata tu próximo libro?

Para diciembre ya sale El Orador. Es como la continuación de El Narrador pero se puede leer por separado. Está a punto de generarse una guerra santa entre Occidente y Oriente, y un ciego narrador trata de evitar esta guerra con sus relatos.

Barbú, ¿algo más que quieras decir?

Que visiten laguaridadebarbu.com.ar. Ahí hay cuentos para bajar gratis, las librerías donde pueden conseguir mis libros, fotos y otras cosas.


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