Crónicas de albañilería, de Agustín Calcagno
Milena Caserola (Julio 2013)
162 páginas
$75
Por Pablo Scoufalos / pscoufalos@hotmail.com
Agustín Calcagno es un joven profesor universitario que decide trabajar de albañil en Buenos Aires junto a su mejor amigo, un adicto en rehabilitación. Al terminar cada jornada, va a su casa y, aún cubierto de polvo, escribe en su blog. Crónicas de albañilería (Milena Caserola) es una compilación de estos escritos, que forman un reality visceral y gritón en el cual el crónista-poeta se ríe de su condición de porteño burgués y transforma su carácter a partir de su relación con los materiales.
Desde el comienzo, Calcagno busca dejar en claro que su acercamiento a la albañilería nace principalmente de una necesidad económica, no de una curiosidad antropológica ni de una motivación literaria. Después de haber tocado fondo, sin trabajo y “sin sentir amor por nada”, acepta sin dudar la oferta de su amigo Fer.
Calcagno y su coequiper hacen laburos y changas para intelectuales, conocidos, lo que venga. En el relato hay demoliciones, escombros, drogas duras y blandas, nuevos compañeros, una mujer compartida y un amor fraternal. En cada día de trabajo, en cada capítulo, hay una introducción que da un contexto y condensa sentido. (“Día Catorce: Lukasz –o Lucas para nosotros- es el nuevo jugador de nuestro equipo. Llegó hace diez años desde la ciudad polaca de Czetochowa – Chesajova para nosotros – intentando zafar de una historia complicada que incluye nazis, vodka y accidentes de ferrocarril. Es una máquina de trabajar, así que nuestra actividad se ha facilitado muchísimo. Comunicaciones infrarrojas perdidas en la traducción!)
A Calcagno no lo amedrentan las frases sentenciosas ni los lugares comunes, y construye un discurso encendido, lleno de digresiones e imágenes potentes que penetran por insistencia e intensidad.
El autor se desmarca del periodismo gonzo y no construye un personaje, busca deconstruir su identidad. Cuestiona el logos, el pre-entendimiento, la lectura unívoca de las cosas e invita a resistir, a ensuciarse las manos y luchar contra la ingenuidad de los “bienpensantes”. De hecho, a veces parece que está hablando Hoederer, el líder comunista acusado de traición de “Las manos sucias”. (“Si algo me enseño el pipazo de paco en la placita de Balvanera Sur es que hay cientos de mundo ajenos al discurso que son tanto o más profundos de los que suelen aparecer ante nosotros como contundentes verdades reveladas por ilustres pensadores”).
Calcagno termina reemplazando la medicación por la demolición. Para él, la albañilería es terapéutica, la conjunción de lo más duro (los materiales) y lo más blando (“lo que el hombre crea”) habilita la catarsis y diluye el límite entre realidad y ficción.
La estructura de la obra, basada en un blog, permite que el resultado sea positivo, incluso que potencie la poesía de las imágenes y disimule la excesiva explicitación de su discurso.
