Por Pablo Scoufalos y Luis Andrade
Lula Bauer (Buenos Aires, 1979) es fotógrafa y una de las fundadoras de la galería Santa, en el Patio del Liceo. Hizo muchos laburos para músicos (algunos de ellos publicados en medios como Rolling Stone, Página12, Clarín, Hecho en Buenos Aires) y hace ocho años da cursos en centros culturales y de forma particular. El año pasado publicó una nota en Página12 sobre una foto de Geraldine Barón, la cual tuvo una gran repercusión. Dice que “la fotografía es una de las disciplinas artísticas más golpeadas y ridiculizadas” y que hace falta que se oiga la voz del fotógrafo. A sus alumnos les pide que piensen menos en la técnica y que salgan del lugar común: “cuando entienden el mundo de la fotografía, entienden la presión que significa”.
¿Cómo arranca la galería “Santa”?
Nosotras empezamos Santa más que nada para que nuestros amigos tuvieran un espacio para exponer, independientemente de a que se dedicaran. Con el tiempo fuimos aprendiendo porque ninguna tenía experiencia curatorial ni había tenido un espacio antes, y tampoco nos conocíamos tanto entre nosotras. Nunca pensamos en hacer una galería comercial ni hacer plata con las obras, ni siquiera que haya coherencia entre una muestra y la otra. Íbamos haciendo lo que iban apareciendo, cosas que nos iban proponiendo nuestros amigos o cosas que se nos ocurrían a nosotros. Fue una improvisación.
La mayoría de los fotógrafos se dan a conocer por Internet. ¿Qué es lo que da tener un espacio para exhibir fotografía?
El encuentro con la gente. No es lo mismo tener un Tumblr, Facebook o en una página que tener un espacio físico concreto.
¿Se venden obras?
A veces sí. A nosotros no nos interesa tanto pero sí que el artista venda para que pueda recuperar la inversión del material, enmarcar, etc. El espacio se sostiene con el alquiler de los talleres, los ingresos de Santa vienen más por una cuestión administrativa que artística. No nos interesa mantener el lugar desde la presión de vender obra. Hubo muestras que vendieron siete obras de un artista. La satisfacción no viene por lo monetario sino porque la obra del artista que elegimos ahora está en la casa de siete personas diferentes.
En los espacios legitimados, en las grandes galerías, en ArteBA, en Buenos Aires Photo, se ven muchas imágenes y poca fotografía. Se percibe mucha imagen virtuosa pero con una metafísica pobre, con metáforas evidentes. ¿Compartís esta visión?¿Por qué crees que sucede esto?
La fotografía siempre fue una disciplina polémica por el fácil acceso y la masificación, que hacen más difícil definir cuál es una buena foto y cuál no. Tiene que ver con la construcción emocional de cada uno. Creo que es un universo tan complejo, es muy difícil determinar por qué sucede eso. Yo me siento muy fuera de eso, de ese espacio elitista porque siento que el tipo de fotografía que hago no aplica a eso. Por ejemplo, participé de una beca y cuando vi quién había ganado, dije: yo no entro en la concepción de lo que el arte debería ser. Mi fotografía es clásica, no innovo, no trabajo con otras técnicas, no entro para ese tipo de contexto.
Decís que tenés un estilo clásico. ¿Crees que hay corrientes fotográficas? ¿Hay estilos definidos dentro de la fotografía?
Es muy difícil de encasillar, de identificar la fotografía con un período o un movimiento como sucede con la pintura. Sí está el fotoperiodismo, que vino a romper una fotografía mucho más ilustrativa, después llegaron los surrealistas que vienen a romper lo del fotorreportaje. Veo más un rompimiento que una clasificación porque se abre demasiado.
Muchos fotógrafos recurren a gente de Letras u otras disciplinas para armar su catálogo o un ensayo sobre su obra ¿Por qué crees que sucede esto? ¿No les interesa pensar la imagen?
Es muy difícil tratar de explicar tu obra, es muy difícil explicar algo que sale como una pulsión. Creo que el fotógrafo no tiene el hábito de escribir. Marcos López dice que el buen fotógrafo es el que escribe. Creo que ayuda la mirada de alguien. No tiene porque ser otra profesión pero puede ser un amigo que tiene otra mirada, otra sensibilidad, y el otro puede completar algo que uno no puede explicar. La fotografía es tan dura, no tiene movimiento ni desenlace, es un recorte duro del tiempo. Tuve la posibilidad de hacerlo, de escribir algo de una obra que no era mía, y claramente yo al ser fotógrafa hablaba desde lo que hago. Eso despierta un ejercicio de pensar la fotografía hoy cuando esta tan complejizado el tema de imagen y foto, que no son lo mismo.
Estás hablando de la nota que salió el año pasado en “Radar” (Página 12) sobra una imagen de Geraldine Barón.
Sí. Escribirla me llevó mucho tiempo, me angustió un montón y la respuesta que tuve de esa nota fue increíble. No están acostumbrados a que un fotógrafo hable y diga qué le pasa. Hubo un reconocimiento de varios fotógrafos que decían “me siento igual cuando hago fotos”. Esa es la mejor devolución.
¿Tuviste respuesta de Geraldine Barón?
Sí, somos muy amigas. Ella vive en Nueva York y no lo podía creer. Ella hace cine, yo le digo que es fotógrafa. Es muy buena en lo que hace, en las dos disciplinas. Esa nota nos hizo mucho más amigas que antes.
Vamos a tu trabajo como docente. Hace unos años venís dando cursos específicos como autorretrato, fotografía de personas, fotografía musical. ¿Por qué la especificidad?
Di clases de algo más general y me aburre. No me gusta dar clases de algo que no me apasiona, me genera mucha angustia. No vengo a explicar cómo se hace foto sino para que cada uno encuentre su forma de expresarse. Prefiero dar clases de lo que hago, hablo desde la experiencia personal. Aprender a usar una cámara lo logra cualquiera con un tutorial y un manual. El fotógrafo es un ente solitario que no suele compartir lo que siente cuando saca las fotos. Parecía interesante abarcar esa especificidad porque también me permite crecer a mí de lo que hago. Yo aprendo un montón con mis alumnos, se arman debates filosóficos y emocionales. En esa reflexión con ellos crezco también en mi propio trabajo.
Vi que hay por ejemplo un curso de “fotografía de rock en vivo”. Pareciera que se busca la mayor especificidad posible para encontrar un mercado, como si esto diera un valor agregado, buscan ocupar espacios que no están ocupados…
Puedo ver colegas que tienen eso pero no dura mucho. Para mí si no hay pasión concreta y pura se termina agotando eso. El que hace fotos de concierto toda su vida termina odiándolo. Es lo que me pasó a mí. Entré por ese canal, conocí músicos, sentí que iba ganando espacio hasta que dije qué estoy haciendo si esto no me genera ningún tipo de contacto o comunión con el otro. El músico en el escenario no tiene idea de lo que estoy haciendo yo allá abajo.
¿Hay lugar para la crítica en tus clases? ¿Te interesa la crítica fotográfica?
Me interesa la autocrítica de ellos mismos. Les doy una guía para que después entiendan la diferencia entre una foto de descarte y una que tiene algo. Sí trato de hacer una limpieza del fetiche del alumno, desde el humor trato de sacarlos del lugar común. He hecho llorar alumnos en clase y no está bueno, pero después vuelven con mejor material. Todo desde el amor pero es dificultoso enseñarle algo al otro. Les enseño que sean críticos con su propio trabajo. Lo más difícil para los alumnos es darse cuenta que lo que antes disfrutaban haciendo porque no tenían tanto conocimiento después lo empiezan a sufrir, y cómo sostener esa angustia y ese sufrimiento de estar consciente todo el tiempo que lo que hacen conlleva un montón de cosas. Encuadre, lo emocional, la distancia. Cuando entienden el mundo fotográfico, entienden la presión que significa.
Enseñar autorretrato puede ser delicado.
Sí, porque tratan de temas muy personales, porque cada uno se expone a la mirada de los demás. Es mucho más delicado que con los retratos. El otro está trabajando con sus propios miedos y fantasmas. Trato de encontrar un equilibrio entre la devolución técnica, artística y emocional. Hay que tener cuidado cómo uno lo dice.
¿Cómo sería hoy tu lectura entre esta aparente separación entre lo técnico y la mirada del fotógrafo, de esta dificultad del fotógrafo de mostrar cuál es su mirada?
Para mí la técnica dentro de la fotografía no debería existir, debería estar invisibilizada. La técnica viene a enfriar la mirada del fotógrafo. Si yo me pongo a explicar técnicamente qué hago es un embole, no le interesa a nadie. Cuando vas a dar una charla con alumnos lo primero que te preguntan es qué cámara usas, es algo que los suele obsesionar como si fuera algo por encima de la foto en sí. Hay fotos que técnicamente son malísimas pero la mirada lo dice todo.
¿Los alumnos no saben qué preguntar?
Tienen miedo de preguntar entonces van por lo seguro. La fotografía es una de las disciplinas más golpeadas y ridiculizadas, no es como la pintura qué exige cierta técnica, conocimiento, buena mano. Hay una idea de cierta liviandad del fotógrafo, “cualquier saca una foto”. Por ejemplo, veo en Facebook que ponen “qué tremenda foto”, se trata con una liviandad la cuestión de la imagen, se hace tan difícil decodificar cuál imagen es buena y cuál no que si nos ponemos a abordarlo desde la técnica lo único que hacemos es reforzar eso, que una foto que está bien resulta es una gran foto y en realidad no lo es. O no tiene una carga simbólica y emocional que pueda modificar a la gente.
¿Por qué acá hay tan poca crítica en el área de la fotografía? En Google no encontramos ni un taller de crítica fotográfica ni nada parecido.
Me parece que más que crítica sería reflexión fotográfica. Hay algo del mundo virtual que degenera un poco todo. A la fotografía le hace falta un espacio de reflexión importante, es cierto. Cuando me convocaron para escribir la nota en Radar me puse contenta porque sentí que faltaba algo así, un espacio de reflexión. Y la repercusión que tuvo también me hizo reforzar esa idea. Había gente twitteando las frases de la nota. La gente sentía empatía del fotógrafo olvidado, tiene que ver con la fotografía en sí, de que el fotógrafo no aparece. Tu publican una foto en un medio y el crédito no aparece. El fotógrafo es muchas veces es como un ente fantasma pero eso también puede ser algo bueno porque tu obra puede vivir separada de tu nombre.
¿Qué fotógrafos locales o extranjeros te gustan más?
Trato de no ver mucha foto. Salvo lo básico que sé. Investigo un poco y dejo. Me gusta mucho Geraldine Baron, que para mí es muy grossa en lo que hace. Está Ezequiel Muñoz, para ya dejo un poco la foto. Me parece un poco contaminante estar todo el tiempo en contacto con la imagen, me agarra claustrofobia. Pasa lo mismo que el músico que es hiper melómano, terminás poniéndole etiqueta a todo lo que hacés. No digo que esté mal ver pero no tengo el impulso de ver todo el tiempo foto. Cuando doy clases sí estoy buscando referencias, investigo, le muestro a mis alumnos y después me olvido.
¿Qué relación tenés con la escritura?
Estoy tratando de escribir un libro, estoy estudiando, estoy haciendo pequeños ensayos. Parte de la nota sobre Geraldine viene de ese proceso. Los libros más famosos sobre fotógrafos no están escritos por fotógrafos, están escritos por filósofos, semiólogos. Hay una ausencia de la voz del fotógrafo escribiendo. Lo que escribo tiene más que ver con el orden poético, desde el ensayo pero viendo lo que me pasa a mí con la fotografía, no tanto de una universalidad. No vengo a hablar sobre qué es la fotografía sino lo que me pasa a mí.
¿Partís de una imagen para escribir?
Parto de la ausencia de la imagen, como si yo sintiera que completar con palabras esa imagen que no puedo o cómo completar esa imagen que ya existe con algo literario.
