Una retrospectiva es un riesgo para el artista. Una curaduría ingenua, también. La obra de Sebastián Gordín – casi treinta años de obra expuestas en dos pisos del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) desde febrero hasta el 20 de abril – sufre las consecuencias de estos males, resaltando su costado más mediocre e infantil.
Sebastián Gordín es, como el mismo se definió, “un artista del Rojas”. Curtió la escena under de los 80´ y a comienzos de los 90´, junto a Pablo Suárez, Miguel Harte, Marcelo Pombo, Beniton Laren, formó parte del grupo de artistas que pusieron en movimiento la galería del Centro Cultural Rojas. Jorge Gumier Maier, un ex militante maoísta, periodista y activista gay, fue el conductor de este espacio, donde se pregonaba “una difuminación del arte en sus bordes”, un “arte del goce” que si bien marcaba una continuidad con la cultura de la noche, la moda y las artes visuales de la década del 80, polarizaba con el “arte comprometido” de la apertura democrática. Con el arte del Rojas irrumpe el arte kitsch – otros dirán “arte light”- el exceso de ornamento, la sátira de la cultura massmediática, triunfa la ironía frente a la crítica.
Nada de esta información está en la retrospectiva de Gordín, Un extraño efecto en el cielo. La curadora, Victoria Noorthoorn, opta por no contextualizar a Gordín en el campo cultural porteño e introduce la exhibición de esta manera: “Es una muestra de guiños, de picardías, de temores infantiles, de fantasías y de amables pesadillas. Es una exposición de arte generosa, pensado para otro y no para sí mismo”. De arranque oigo que una señora le dice a otra: “Tendría que haber traído a mi sobrino”. No es tan grave, pienso.
La obra
Gran parte de la reelaboración personal que hizo Gordín de tapas de comics, libros infantiles y revistas pulp de ciencia ficción de los años 20, está exhibida en la retrospectiva. Viendo todas las obras juntas, parecen parte de una rutina artesanal, guiada más por la retromanía que por la búsqueda de algo nuevo. Sin embargo, en las ilustraciones hay una gestualidad exagerada y un tono crepuscular sin sol que cautivan por su expresionismo llano. Se destacan las acuarelas futboleras, las tapas de Avon Fantasy Reader pintada sobre madera (parecen hechas por un Egon Schiele asexuado y burlón), Amanece en las trincheras, Dos amigos y un tesoro y The Lobotomist.
Muy distintas son las historietas que hicieron Gordín y Roberto Jacoby a fines de los 80 – sólo unas pocas fueron publicadas en el año 89 en la revista Fierro -, con colores primarios, personajes planos y sin movimiento, con diálogos que fluctúan entre la crítica al conservadurismo del medio artístico y el análisis sociológico. Una comprensible y pretenciosa búsqueda contracultural frente al capitalismo grotesco y salvaje que se venía.
Con las peceras-escenarios en miniatura sucede algo distinto. Están exhibidas en una sala oscura como si fueran un espectáculo ajeno, como mágicas cajitas musicales con imágenes de museos o bibliotecas con libros cayendo. A través de este distanciamiento del espectador, la alegoría se vuelve muy evidente y la metáfora se satura. La poética de Gordín está en otro lado, en el instante, en el tiempo detenido, en el azar de las situaciones, en la luz imperfecta y uniforme de los escenarios. Como dice Rodrigo Cañete –loveartnotpeople.org-, lejos está Gordín de fascinarnos con el detalle y la minucia de los objetos y la luz. Así como la clave de las miniaturas de Liliana Porter está en la línea y los espacios vacíos, la impronta de las miniaturas de Gordín parece estar en la teatralización de las fábulas y los sueños, en la construcción de un universo autocontenido.
Se pueden ver otras obras, realistas, kitsch o conceptuales, dispuestas en un mismo piso como un pastiche juguetón: las maquetas de los Siete Cines y la planta de General Electric, un pingüino mutante que sostiene al artista en tamaño natural (?), un alfajor-lámpara, los Gordinoscopios (cajas opacas con mirillas donde se ve un recorte de grandes edificios arquitectónicos de Buenos Aires), la sección Lluvia (bombas de acuario que empujan vaselina líquida a través de tubitos para simular lluvia) y alienígenas trabajando como empleados públicos.
La obra completa de Gordín se enfrenta a una puesta “light” y a la posibilidad de ser subestimada, y sale airosa pero no indemne. El juego de visibilidad e invisibilidad, los cambios de escala y las ocurrencias de Gordín iluminan el azar de su ensoñación creadora.
