Por Pablo Scoufalos
La primera novela de Luciano Lamberti se llama Los campos magnéticos y se publicó primero en Sofía Cartonera de Córdoba y ahora esta disponible para descargar de forma gratuita gracias a Chinaeditora.com.ar. Los campos magnéticos cuenta los vaivenes sentimentales de un grupo de treintañeros en donde la terapia, las pastillas, el porro y las aventuras amorosas se enfrentan al vacío de la vida mundana y a la economía de recursos del autor.
Los campos magnéticos está escrito en tercera persona y en un tono realista de una verosimilitud aplastante, con personajes que casi no tienen momentos de introspección. Al no jugar con la primera persona ni con ribetes fantásticos, Lamberti se vuelve menos histriónico y la historia se hace compacta. Los personajes discurren entre la amoralidad y la nostalgia mientras el autor ordena el relato a partir del personaje de Sofía y su miedo a caer en un fondo negro –o en un remolino-, a ser aburrida, a perder el control. La hippie sexy, el romántico, el revolucionario aburguesado, todos los otros personajes se tiñen de este fondo. A través de una mirada retrospectiva de sus vidas, la historia se rinde ante este magnetismo nihilista demostrando que el tiempo corroe cualquier ideal.
Lamberti cuenta una historia repleta de acciones y uno no puede sino dejarse llevar. Tal vez nos dejemos llevar por la idea de que las acciones determinan a los personajes (y a las personas), tal vez porque el relato fluye través de historias que se cruzan y un humor ligero que las sobrevuela y no se olvida.
Los Campos Magnéticos es tu primera novela y tiene sólo 45 páginas. ¿Es un síntoma borgeano? ¿Escribís relatos breves para vigilar al máximo tu texto, para que te sea más fácil la reescritura?
Es un síntoma de una de mis tantas incapacidades, más que de algo deliberado. Creo que un gran alivio para el escritor es llegar a la conclusión de que no se puede tener el control absoluto sobre nada, obsesión que viene un poco con la disciplina y con mi signo (virgo). Esto no quiere decir que estoy a favor de la pereza o de la falta de corrección, sino que creo que la perfección no es posible y me relajo.
En Los Campos Magnéticos no abandonas el clima realista pero sí dejas de lado el género fantástico y la ciencia ficción que se entremezclan en tus anteriores obras. Y quiérase o no, incursionaste en un nuevo género: la novela. ¿Qué provocó todo este cambio? ¿Qué mensaje le querés dar al lector con este giro?
En realidad “Los campos magnéticos” es algo que escribí hace ya muchos años y que saqué a la luz a pedido de la Sofía Cartonera (la cartonera cordobesa). Es un poco una fotografía generacional, de adolescentes grandes que comienzan a temerle a ese centro oscuro al que todos vamos, que en la novela se describe como “El remolino”. No quiero darle ningún mensaje al lector, no soy quien para dar un mensaje, la mayoría de las devoluciones que recibo de lo que escribo me demuestra que cualquiera lo interpreta mejor que yo. Lo mío es contar historias, como puedo, con los elementos que tengo.
Actualmente coordinás un taller de literatura con Agustín Privitera en el Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba. Contame un poco lo que hacen ahí. ¿Cómo influye esta experiencia en tu escritura?
Hace poco más de un año que coordino el taller, junto a Privitera que es psiquiatra y amigo. Lo que hacemos es generar un espacio de trabajo, consideramos que hacer cualquier cosa es ya de por sí terapéutico y no hay que agregarle ningún plus. Para ambos es un placer escuchar las historias de la gente del taller, las relaciones a veces inéditas que realizan en el momento. Como dice Privitera, “ellos viven en lo real”.
Leí en una entrevista que dijiste que juntarse mucho con escritores es perjudicial para tu salud mental. ¿Se puede trascender la escritura para escritores?
Todo el mundo escribe, así que siempre la escritura es para escritores. Los escritores para escritores suelen escribir sobre escritores, valga la redundancia, o ser muy complejos, muy experimentales, etcétera. Para leer lo que escribo no se necesita ningún conocimiento previo, sólo hacen faltan ganas de dejarse llevar por una historia.
